El adjetivo idiota lo propongo para este relato, tal como lo referían los antiguos griegos
para quienes el idios,- traducido como idiota-, era aquel a quien no le importaba el
mundo que lo englobaba, es decir, no se implicaba en temas que procuraran el bienestar
de la “polis” en que vivía.
Traigo esta reflexión al mundo actual y a nuestra realidad. Hoy nos encontramos con
que en la juventud son miles, quizá millones de guatemaltecos a quienes no les importa
o no les interesa los temas de la sociedad, no les preocupa la política, la nación, la
historia o cualquiera de los referentes que hacen a una persona ser un ciudadano
responsable; y es la ciudadanía la que da el derecho a vivir en la polis moderna, esto es
en la ciudad, en el pueblo o en la aldea.
Es a estas personas despreocupadas de los demás a los que Ortega y Gasset llamó el
“hombre-masa”; los que pasan desapercibidos por la vida no viendo mas allá de su
ombligo. Sea por ignorancia, por pereza, por descuido o por egoísmo. Platón los llamó
anoetas, que significa necios, término similar al de idiota.
El otro gran filósofo griego Aristóteles opinaba que cuando se trataba de la política el
joven no era un discípulo apropiado por falta de experiencia de las acciones de la vida,
pero que debería estar dispuesto a aprender, participando e involucrándose en acciones
de servicio a su comunidad. Es interesante dejar constancia acá que en muchas de las
comunidades indígenas de Guatemala los jóvenes ascienden de categoría social cuando
colaboran en servicio a las instituciones de su comunidad; ello se ve muy claramente en
las Cofradías, en donde ingresan y ascienden a partir de servir. De esa realidad debieran
aprender los jóvenes guatemaltecos de “ciudad”.
Decía al inicio que el idiota es, en la filosofía griega, el que no sirve mas que para sus
intereses personales; por lo que para evitar la idiotez en la adolescencia y juventud hay
que desarrollar en el joven la capacidad de reflexionar para darle sentido a su vida y
desarrollar en él una conciencia de identidad. Dar sentido a la vida es encontrar un
propósito por el cual vivir, lo que normalmente se traduce en servicio. Y la identidad es
encontrarse consigo mismo a partir de la tradición familiar, de la religión, de la cultura y
con ello dar una continuidad a su vida para construir una narrativa personal, para llevar
una vida con coherencia. Si el joven logra dar sentido a su vida y vive una identidad
personal seguramente será el ciudadano que necesita la nación. El joven es
normalmente dócil a sus pasiones, lo cual le pone en el peligro de perderse en la vida
fácil, en la que puede conducirle a la catástrofe personal. Le falta experiencia y
prudencia. Es por ello que debemos inculcar moral y justicia en la vida del joven en
sociedad; para con ello procurarse una vida digna.
El problema ante el que nos enfrentamos como sociedad es que la juventud está mas
interesada en seguir los impulsos que le transmite la moda, la farándula, una vida
“digitalizada” que le oriente, induzca y entretenga. De lo que debieran ser sus grandes
categorías sociales como la nación, la religión, la juventud está cambiando su identidad
a propósitos menores como la orientación sexual, la dieta el género y otros gustos
copiados de la tendencia que le impone las modas.
El joven trata de imitar, de actualizarse en un mundo cambiante y aunque no lo
reconozca, es un permanente consumidor de lo que las redes le inducen. Todo se va
haciendo maquillado, imitando al punk, al hípster, al vintage style. Son totalmente
influenciables por sus líderes, los “influencers”, que ya no son aquellos que han
aportado a la humanidad un mejor vivir, sino los que atraen por su físico, su voz, su
capacidad deportiva, etc. Esa escapada de lo real, de la vida social, se complica aún más
cuando se promueve la realidad virtual, el metaverso, la realidad aumentada y todas las
superficialidades con las que se identifican rápida y fácilmente los jóvenes. Vivir de y en
la frivolidad es el gran riesgo de un futuro con adultos que han crecido en esa
enajenación, en la anomia y en el dejar fluir la vida sin mayor sentido y compromiso.
Nos corresponde a los adultos, por tanto, tomar la responsabilidad de orientar por
medio del ejemplo, del diálogo y del compartir con paciencia y sabiduría sobre los
principios y valores fundamentales que hagan de este mundo uno con posibilidades de
futuro.