El comercio ha sido desde los inicios de la civilización uno de los principales motores de cambio para la humanidad; el intercambio de bienes entre diferentes grupos humanos ha favorecido el contacto cultural, político y económico llevándonos a un mundo en el que las fronteras son permeables y el contacto entre ciudadanos de diferentes naciones es algo de todos los días.
El comercio ha sido desde los inicios de la civilización uno de los principales motores de cambio para la humanidad; el intercambio de bienes entre diferentes grupos humanos ha favorecido el contacto cultural, político y económico llevándonos a un mundo en el que las fronteras son permeables y el contacto entre ciudadanos de diferentes naciones es algo de todos los días.
Ante el encuentro de las culturas castellana e indígena se produjo un profundo sincretismo cultural del que nosotros somos testigos hoy en día. Esta riqueza cultural de la que disfrutamos hogaño existe gracias a la política de protección de las poblaciones y culturas vernáculas que los juristas y reyes castellanos llevaron a cabo. La distancia constituía sin duda alguna un impedimento para que las disposiciones tomadas en la Península se cumplieran en los territorios de ultramar, por ello era común que se enviaran quejas a la península sobre los abusos de poder cometidos por los administradores indianos.
Situándonos en el actual territorio guatemalteco, en el siglo XVI los exploradores castellanos encontraron unas tierras muy ricas ocupadas por varios pueblos que se mantenían en pugna. Así, aprovechando aquella pugna las tropas castellanas, con la ayuda de indígenas mexicanos, lograron dominar lo que hasta entonces había sido conocido por aztecas y tlaxcaltecas como Coactemalan, o “Tierra de muchos árboles”.
Dentro de aquel fragmentado territorio había una etnia que por entonces controlaba una muy extensa zona, estos eran los K’iche’; ellos controlaban el área que ocupa hoy en día Quetzaltenango. Las luchas libradas entre indígenas y españoles en esta zona están ampliamente documentadas tanto por los cronistas españoles como por los indígenas. Gracias a esta información podemos reconstruir aquellos momentos que forman parte clave de nuestra historia.
Llegando al medio milenio
Cada 15 de mayo la Ciudad de Quetzaltenango celebra un aniversario mas de haber sido refundada, ésta vez por el Conquistador español Pedro de Alvarado, quien a la antigua Xelahuh de los k’iche’ le asignó el nuevo nombre de origen Náhuatl: Quetzaltenango, (que significa “en las murallas del quetzal”). Como se sabe por los relatos que él mismo hizo, Alvarado fue enviado por Hernán Cortés, el Conquistador de México, saliendo de Tenochtitlán el 13 de noviembre de 1523, “acompañado de ciento y veinte caballos, en que, con las dobladuras que lleva, lleva ciento y sesenta caballos y trescientos peones, en que son los ciento y treinta Ballesteros y escopeteros, así como cuatro tiros de artillería y numerosos indios auxiliares tlaxcaltecas, cholulas y mexicas”.
Alvarado tomó la ruta del Soconusco, entrando a la que hoy conocemos como Guatemala por la Costa Sur, llegando a Zapotitlán, a la que los indígenas llamaban Xetulul Hunbatz, subiendo al altiplano por la ribera del Rio Samalá, pasando en medio de los volcanes Santa María y el Lajuj Noj, hoy conocido como Cerro Quemado por haber explotado en 1765; entrando finalmente a los Llanos del Pinal o Pinar, en donde según relato de Alvarado a Hernán Cortés, tuvieron el primer enfrentamiento contra “tres o cuatro mil hombres”, habiéndose éstos replegado para, poco después, y según el mismo relato, “vimos avanzar a más de treinta mil hombres...”. La pelea decisiva se dio el 20 de febrero de 1524 según el Memorial de Sololá, en la que muere el mítico Tekum Umam, nombre que se da al comandante de las fuerzas k’iché’s contra los españoles, quien era nieto del Rey Kicab, y en la que con él muere el quetzal, su nagual.
Sobre ésta batalla y la muerte del líder K ́iché Tekum Umam hay varias versiones que se pueden consultar en el Título Coyoy, en los Títulos de la Casa Izquín Nehaib, en el del Ahpop Queham; así como también en la Recordación Florida de Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, y en el Memorial de Sololá.
El 15 de mayo de 1524 Pedro de Alvarado “re-funda” la Ciudad en el lugar que hoy ocupa la Villa de Salcajá, asignándole el nombre Nahuatl de Quetzaltenango, que significa “en las murallas del quetzal”. La ciudad es trasladada 4 años más tarde a su sitio actual, según relato del Cronista Francisco Vázquez. Consta como dato importante que 48 años después de esa refundación, esto es en el año 1572, la ciudad contaba con una población de mil habitantes, según informe de Juan de Chávez, quien era el Encomendero encargado de trasladar los tributos a la Real Corona.
Se menciona ut supra que el 15 de mayo se re-funda la Ciudad por Alvarado, por la sencilla razón que éste sitio era ya habitado desde hace ahora unos mil años; primero por los mames, quienes la llamaron K ́ulajá (garganta de agua), y quienes fueron violentamente desplazados por sus enemigos, los K’iche’, quienes se apropiaron del lugar, obligando a los mames a huir a territorios de lo que hoy es San Juan Ostuncalco (en el Departamento de Quetzaltenango), en San Marcos y, por supuesto, a su lugar histórico Huehuetenango.
Quetzaltenango estará celebrando su Quinto centenario el 15 de Mayo del año 2024.
Ilustración 9: Portada de la primera edición de las Leyes Nuevas (1542).
Incidencia de España en nuestra Nacionalidad
Previo a hablar de nación y nacionalidad conviene tener claros estos conceptos. Como sabemos el término nación se define como una “comunidad imaginada”, que basa su identidad en elementos muchas veces simbólicos como una historia común, y algunos otros elementos más concretos como la unidad de la lengua. En un estado como el nuestro, multicultural y pluriétnico, existen varias naciones (es plurinacional, de hecho), cosa por lo demás común en todos los Estados modernos. De manera que la “nacionalidad común” es la integración de las diversas comunidades nacionales existentes dentro del Estado. Es, al fin de cuentas, una yuxtaposición de tradiciones, costumbres y valores que se van integrando en expresiones comunes que conforman la guatemalidad.
Con frecuencia se aduce que muchos de los males que aquejan a nuestra sociedad guatemalteca derivan de la incidencia de España en nuestra historia, especialmente a causa de la Conquista y posterior colonización. Ello me parece una inculpación injusta y sesgada, pues si bien hubo desmanes de encomenderos y algunas autoridades, la Corona española dictó siempre normas y leyes de singular protección a los indígenas y de una ejemplaridad que aún hoy inspira los sistemas jurídicos de la mayoría de países Latinoamericanos. Es de destacar a Francisco de Vitoria (1483- 1546), cuyas obras Relectio de Indis y Relectio de Iure Belli se promulgaron para resolver controversias suscitadas por los que no consideraban a los indígenas personas y que era lícito hacerles la guerra. Obras consideradas creadoras del Derecho Inter Gentes (entre naciones), y reconocidas como precursoras del Derecho Internacional actual.
En los inicios de la conquista y colonización venían a América guerreros resueltos a todo, hombres de gran temple que asumieron sacrificios y calamidades, y que se protegieron con las corazas, caballos y pólvora; pero también es cierto que entre ellos venían hidalgos, personas educadas; y consta que España envió nutridas caravanas de hombres vestidos de toscas jergas, sin armaduras ni pertrechos bélicos, pero imbuidos de un elevado espíritu, sedientos de conquistar almas para el cristianismo. Es así como los primeros avasallaron fundando ciudades organizadas según la tradición española con magnificas iglesias, palacios, ayuntamientos, acueductos y otras edificaciones que aun hoy observamos y utilizamos. Los segundos con gran mansedumbre y amor conquistaron el alma de los nativos; prueba de ello es el ejemplo de las Verapaces y otras regiones, como en la del Señorío de los Nicaraos. Y así como en los inicios de la Conquista las bestias fueron usadas para propósitos bélicos, luego sirvieron para la carga, redimiendo a los nativos de la costumbre de llevar sobre sus espaldas pesadas cargas.
Importante es el esfuerzo de la Corona española por la formación de la familia bajo las Leyes de Indias. Los cánones promulgados en el Concilio de Trento fueron declarados de aplicación universal en toda América, obligando, según Real Cedula de 12 de julio de 1564 la libertad y pleno consentimiento de los contrayentes. Otro cambio importante en el aspecto social fue la introducción del matrimonio monógamo, evitando así la poligamia que fue común entre los indígenas. Se prohibió que los españoles solteros estuviesen más de 3 años en esa condición.
Con la llegada del cristianismo, que equipara al hombre y la mujer en derechos y deberes, se dignificó a la mujer; hay una larga lista de mujeres que ocuparon altos cargos en la administración pública durante la época de dominio español sobre Guatemala. Otro asunto social de gran importancia legislado por la Corona de Castilla fue la abolición de la esclavitud indígena el año 1542; mucho antes que la mayoría de reinos coloniales.
La instalación de la Imprenta en 1660 por Payo Enríquez de Rivera facilitó la producción literaria en obras de filosofía, literatura, matemáticas, industrias y religión. La educación es un tema importante de recordar. Hay evidencia que en el siglo XVIII había en la ciudad de Guatemala 14 instituciones docentes, solo en la metrópoli, cuando ésta contaba con solo 30,000 habitantes. Y la universidad de San Carlos de Borromeo (hoy universidad estatal), inició en Santiago de los Caballeros (hoy Antigua Guatemala), tan pronto como en el año 1676.
La propiedad también fue preservada durante la Colonia. El Rey Felipe II emitió ordenanza en 1573 que prescribe respecto a la tierra comunal: “(...).se ha de señalar ejido en tan competente cantidad que aunque la población vaya en mucho crecimiento siempre quede bastante espacio a donde la gente se pueda salir a recrear y salir los ganados sin que hagan daño”.
El régimen de Municipio es un trasplante del viejo municipio castellano; órgano que da impulso a las aspiraciones sociales, y que en su momento sirvió de freno a los privilegios señoriales de las propias autoridades de la Corona. El Municipio sirvió como tribunal de justicia y academia del ornato citadino.
En resumen; el idioma, el cristianismo, la cultura occidental, el respeto al Matrimonio y la Mujer, el Derecho y la institución del Municipio son algunos de los elementos que forman una síntesis, no un agregado, con factores coordinantes que hacen de Guatemala una Nación con nacionalidad en la que la cultura de España ha incidido profundamente en nuestra historia.
Ilustración 10: Plaza de Quetzaltenango, en Ephraim G. Squier, Travels in Central America and Mexico (1853). Grabado de R. Kupferse.
Quetzaltenango, “Pueblo de Indios”
Inmediatamente después de la llegada de los conquistadores españoles a América se establecieron en diferentes lugares los Ayuntamientos como mecanismo de gobierno local, bajo la premisa que la convivencia de españoles e indígenas facilitaría que estos aprendieran “las buenas costumbres” que según su cultura los españoles asumían como superior. Sin embargo, ante los abusos de algunos conquistadores, - especialmente por las Encomiendas y el Repartimiento de indios-, la Corona española dispuso la separación física en dos diferentes “repúblicas”: las de españoles y las de indios, provocando con ello una separación étnica. En la segunda, la de indios, se estableció lo que se llamó “Pueblos de Indios”. Y a partir de ello la denominación de Ayuntamiento se utilizó para el gobierno de los “Pueblos de españoles”, y la denominación de Cabildo, para el gobierno en los “Pueblos de Indios”.
En Guatemala la fundación de Pueblos de Indios fue por primera vez propuesta por el Obispo Francisco Marroquín, en 1538, aun cuando su implementación se inició por Real Cedula de 1545 atendiendo ordenanza del Rey quien instruía “recoger y juntar” a los indígenas en pueblos, -las famosas reducciones-. El primer pueblo “reducido” fue el de Tecpán Guatemala, siguiéndole Chimaltenango (concretamente Comalapa), Atitlan (Sololá), San Miguel Totonicapán y Quetzaltenango.
Los Pueblos de Indios eran aldeas que tenían como propósito concentrar en un sitio físico a los indígenas que vivían dispersos para cristianizarlos, adiestrarles en nuevos oficios, cobrarles tributos y utilizar su mano de obra; fue una estrategia de aculturación. Se establecían estos pueblos bajo dos posibilidades: a partir de la Reducción, estrategia utilizada para concentrarlos en un lugar; o sobre una aldea ya existente, como las denominadas en lengua náhuatl “altepl”. Este es el caso del Pueblo de Indios instalado en Quetzaltenango, lugar en que habitaban K’iche’.
Los Pueblos de Indios se construían bajo el diseño de las ciudades españolas, en forma de damero o cuadricula, con una plaza central rodeada de un portal para comercios, una capilla, la cárcel o calabozo y la casa del Cacique, que normalmente era un Noble indígena venido a menos a partir de la conquista y que debía obedecer las instrucciones de la autoridad española, sirviendo de intermediario entre el Cura y el Corregidor, siendo este último la autoridad superior encargado de todas las reducciones y de los indígenas que habitaban los Pueblos de Indios de una Comarca. Luego del terremoto del año 1773 en la Ciudad de Santiago de los Caballeros, un importante número de funcionarios y comerciantes españoles y criollos se trasladó a Quetzaltenango, aumentando el número de los que ya habitaban ese Pueblo de Indios, con lo que, a partir de varios años de gestión, los “ladinos” lograron que el 3 de enero de 1806 la Audiencia aprobara la creación del primer Ayuntamiento de Quetzaltenango. A partir de esa fecha, Quetzaltenango dejó de ser formalmente un Pueblo de Indios, aun cuando la Alcaldía Indígena siguió funcionando hasta finales del siglo XIX. En Acta del 22 de septiembre de 1810 el Ayuntamiento, atendiendo propuesta de un hermano de Cirilo Flores, elevó a su Majestad, el Rey de España, solicitud para otorgarle a Quetzaltenango Título de Ciudad, asunto que se logra hasta 1825.
Con motivo de la invasión francesa a España en 1808, se instalaron las Cortes de Cádiz, que promulgaron una Constitución de corte liberal, negociada en Bayona (Francia), que dio a todos los habitantes de América, indígenas y no indígenas, la categoría de ciudadanos, con lo que por un tiempo todos los habitantes de Quetzaltenango también fueron considerados ciudadanos iguales. Este “privilegio” se canceló con la vuelta de Fernando VII al trono español en mayo de 1814.
A partir de la Independencia (1821), los derechos de ciudadanía entre indígenas y ladinos se han venido homogenizando. Quetzaltenango demuestra hoy que es posible vivir una autentica interculturalidad, a partir del conocimiento y respeto mutuos.
Ilustración 11: Mercado en la Plaza de Quetzaltenango. Al centro, edificio Munipal; y al fondo, Iglesia de San Francisco (en la actualidad, Catedral) Foto de Eadweard Muybridge, 1875.
El primer Ayuntamiento de Quetzaltenango y nombramiento de Ciudad
Según Acta del 3 de enero de 1806, previamente aprobada por Real Cédula del 24 de diciembre de 1805, se oficializó el Ayuntamiento de la Ciudad de Quetzaltenango, que estuvo integrado por los Alcaldes ordinarios de primer voto don Francisco de Gregorio y Pinillos, de segundo el Teniente de Milicias don José de Mata, Alférez Real don Juan Mariano Gálvez, Regidores el subteniente don Pablo Mata, don Calixto Aguilar, don Francisco Gutiérrez Marroquín y Síndico don Agustín Rodríguez de Zea. Este primer Ayuntamiento se instaló en la casa de la viuda de Pedro Mazeras, situada en la esquina de la Plaza Mayor.
En cuanto a la nominación como Ciudad, esto ocurrió por Decreto N° 63 de fecha 29 de octubre de 1825, siendo ya Guatemala independiente de España, y fueron los Diputados Juan José Flores Estrada (hermano del Doctor Cirilo Flores), don Laureano Nova y don Manuel Montúfar y Coronado quienes lo solicitaron a la Asamblea Constitucional.
El Decreto reza así: “El pueblo de Quetzaltenango se denominará Ciudad de Quetzaltenango”. El Decreto fue trasladado al Consejo Representativo del Estado de Guatemala el 10 de noviembre del mismo año, fecha en que lo sancionó el Jefe de Estado para su publicación. Cabe mencionar que ha sido el único caso en la historia nacional en que un Pueblo pasa a ser Ciudad, pues lo normal ha sido que de Pueblo pasa a Villa, y de esta a Ciudad.
Ilustración 12: Escudo de la Casa de Borbón.
Incidencia de los Borbones en Quetzaltenango
Cuando en el año 1700 muere Carlos II (de la dinastía de los Habsburgo), sin heredero a la Corona española, ésta se ve obligada a escoger a su siguiente monarca, decantándose por Felipe de Anjou, sobrino-Nieto del fallecido Rey, (y nieto de Luis XIV), aristócrata de la familia de los Borbones (de la Corona francesa), quien asumió el trono como Felipe V. A él le suceden Fernando VI, Carlos III y los subsiguientes hasta don Felipe VI, actual monarca de España.
Con la llegada de los Borbones al imperio español se inicia en la Península, y en Iberoamérica -las Indias- las denominadas “Reformas Borbónicas”, que buscaban re-ordenar el gobierno que había decaído económica, social, política y fiscalmente; esto último de capital importancia para la Corona. Entre las reformas se destacan las siguientes: en el ámbito militar conformar una armada fuerte, para recuperar el control y enfrentar la amenaza de otras potencias (Portugal, Inglaterra). En lo burocrático, la implementación de Intendencias con personas profesionalizadas, las que se hicieron cargo del fomento de las economías regionales - la minería entre ellas - y de la recaudación de impuestos. Reducción del poder de la iglesia católica, expulsando a los jesuitas en 1767. Creación de dos nuevos virreinatos para mejor controlar las colonias: el de Nueva Granada y el de Río de la Plata, adicionales a los tradicionales de Nueva España y Perú.
El impacto de las Reformas Borbónicas se hizo sentir en Quetzaltenango. Por una parte, la tardía suspensión del Corregimiento, que en las “Indias” se inició en 1764 sustituyéndose por intendencias; en Quetzaltenango ese cambio se hizo efectivo hasta 1806 cuando la Audiencia aprobó la formación del primer Ayuntamiento, con lo cual Quetzaltenango dejo de ser “Pueblo de Indios”. Esta tardía decisión provocó que aún a finales del Siglo XVIII los Corregidores “negociaban” los puestos administrativos, con lo que se facilitaba la corruptela.
Lo que si se avanzó con las Reformas fue la institución de las Milicias para el control militar, las que fueron controladas mayoritariamente por peninsulares, provocando al inicio serios disturbios por la lucha para el control de las mismas entre criollos y peninsulares.
El cambio suscitado por las Reformas Borbónicas en Quetzaltenango que se tiene más documentado es el provocado en las relaciones sociales, especialmente por el asunto de la producción y consumo de licor. El Corregidor español Francisco Rodríguez Erce y el Gobernador indígena Manuel Silverio se oponían a la venta de licor alegando que su consumo afectaba negativamente a los indígenas; mientras otros presionaban por obtener los derechos de producción y venta. Según el historiador Alvis Dunn la Audiencia autorizó en 1785 y ya con otro Corregidor (Fernando Corona), un “estanco de aguardiente, el cual se logró por una alianza entre dirigentes indígenas y comerciantes españoles, situación inusual y resultado de los intereses económicos compartidos”. Esto provocó fuertes enfrentamientos en los que se involucró parte de la comunidad de Quetzaltenango, llegándose a la violencia en la Semana Santa de 1786 cuando una turba quemó las instalaciones de la fábrica de aguardientes.
Hay que recordar que en esa época hubo también grandes cambios demográficos, especialmente después del terremoto de 1773 en la Ciudad de Santiago de los Caballeros, lo que ocasionó que un buen número de criollos y peninsulares se trasladaron a vivir a Quetzaltenango. Así, la población de la Ciudad que para el año 1689 era de unos 2,650 habitantes, de los cuales 2,600 eran indígenas y 50 entre criollos y españoles; para el año 1813 la población total era de 8,317 habitantes, la mitad de ellos indígenas y la mitad “ladinos” (criollos y españoles).
Fueron diversas situaciones las que se vivieron en Quetzaltenango con motivo de la llegada y, especialmente, con las reformas impulsadas por los Borbones, quienes en aquellos años fueron asesorados por tecnócratas franceses.
Ilustración 13: Presidente Matías de Gálvez.
Las primeras Milicias en Quetzaltenango
Cuando perdieron el control monárquico los Habsburgo (en 1700) y lo asumieron los Borbones, se llevó a cabo en toda América una reforma militar que tuvo como propósito reforzar la defensa del imperio español para frenar la siempre amenazadora intención inglesa de desplazarles de los territorios conquistados. Antes de esas fechas, durante buena parte del periodo colonial, los pocos peninsulares y criollos residentes en Quetzaltenango se organizaban en lo que se denominó como milicias “antiguas”, con el propósito de mantener el orden social, mismo que era esporádicamente perturbado por intentos de alzamientos indígenas. Vale mencionar que en 1683 eran únicamente 53 los considerados como “no indígenas” en Quetzaltenango.
Años más tarde, en 1762, con la caída de La Habana en manos de los ingleses, -a pesar de ser la ciudad más fortificada de América-, se demostró la fragilidad del sistema defensivo español, con lo que se inició un proceso de adiestramiento a las milicias “antiguas”. Como compensación, a los oficiales y soldadesca de la nueva unidad militar, la Corona española decidió otorgarles los privilegios legales y judiciales del fuero militar. De manera que, en Quetzaltenango, al igual que en otros territorios, se organizaron milicias más profesionales y disciplinadas. Pero esta modalidad cambió la tradición social y política existente, especialmente a partir del año de 1766, bajo el gobierno del Mariscal de Campo Pedro de Salazar, quien gobernó el Reino de Guatemala de 1765 a 1771 y nombró al subteniente Gaspar Reyes, para adiestrar profesionalmente a la milicia de Quetzaltenango. Este cambio desplazó al grupo de acaudalados españoles que dirigían la milicia, co-gobernando con los corregidores de turno. El subteniente Reyes organizó un ejército de tres compañías de 50 soldados cada una, integrada por personas del pueblo, de condición económica baja, asunto que disgustó a los antiguos jefes de milicia, los peninsulares Gregorio Lizaurzábal, Tomás Paniso, Florencio Loarca y Onofre Pérez, entre otros, quienes la habían dirigido por décadas.
Con motivo de la llegada del nuevo capitán general don Martín de Mayorga en 1773 a Santiago de los Caballeros, y especialmente debido a la guerra contra Inglaterra en 1779, la monarquía reforzó aún más las milicias, nombrando a don Matías de Gálvez, coronel del ejército español y veterano en las armas, para reorganizar la estructura de la institución. En Quetzaltenango fue nombrado el subteniente Antonio de Echeverría, quien confirmó en sus cargos a los criollos, en desmedro de los peninsulares, lo cual disgustó a estos, quienes iniciaron un proceso judicial en contra de Echeverría, argumentando que la norma explicitaba que no podían ser milicianos los no-españoles.
Entre los peninsulares que habían llegado de Santiago de los Caballeros después del terremoto de 1773 figuraban algunos importantes peninsulares, entre ellos don Domingo Gutiérrez Marroquín y don Pedro Antonio Mazeyras, quienes iniciaron exitosos negocios en Quetzaltenango, y reforzaron la lucha porque fueran ellos quienes obtuvieran los rangos superiores en las milicias, argumentando su riqueza y su origen. Finalmente obtuvieron de José de Gálvez, ministro de Indias y hermano de Matías de Gálvez, los títulos para organizar un batallón de infantería disciplinada de 873 hombres. Don Domingo Gutiérrez Marroquín y Pedro de Mazeyras obtuvieron puestos de relevancia en la milicia, aun sin tener experiencia militar, lo que les otorgó fuero especial, mismo que les facilitó hacer crecer sus negocios, entre ellos obtener el permiso para el estanco de aguardiente, fuente importantísima de riqueza en aquella época.
Pero descontentos de que en el batallón había quetzaltecos dirigiéndolo, los peninsulares plantearon un nuevo alegato, aduciendo que aquellos no eran dignos de tan altos puestos por sus “defectuosos nacimientos”, y por no poseer buena condición económica. La confrontación se estableció entre dos facciones: la de los criollos y ladinos nativos de Quetzaltenango, y los peninsulares, hasta que el 19 de abril de 1786 estalló un tumulto popular contra los extranjeros, lo que obligó a Gutiérrez, Marroquín y a Mazeyras y sus familias a abandonar temporalmente Quetzaltenango. Finalmente, la Corona española dictaminó a favor de los extranjeros, quienes volvieron a Quetzaltenango, y don Domingo Gutiérrez Marroquín obtuvo el puesto de comandante del batallón de milicias de Quetzaltenango hasta su muerte en 1795. Todo ello facilitó el que los españoles y criollos conquistaran el poder político en Quetzaltenango, el cual se consolidó cuando la corona española autorizó en 1806 el primer Ayuntamiento de españoles en Quetzaltenango, siendo su primer Alcalde don Francisco de Gregorio y Pinillos.
Ilustración 14: Francisca Aparicio Mérida. Pintura de Francisco Masriera. Museo del Prado.
De Don Martin de Mayorga a la intemperancia de Don Justo R. Barrios
En el año 1773, debido a los terremotos de Santa Marta, buena parte de la Ciudad de Santiago de los Caballeros quedó destruida. Poco tiempo antes de este infausto suceso había llegado a la Ciudad con el cargo de Presidente, Gobernador y Capitán General del Reino don Martín de Mayorga, un aristócrata español que al llegar a Guatemala padeció el fenómeno telúrico con verdadero pánico, tanto así que al primer temblor huyó de la Ciudad y se instaló en un campamento cercano, obligando a trasladar la ciudad al valle de la Ermita o de la Virgen. Pero en vista que muchos residentes en Santiago no querían evacuarla por cuanto debían abandonar sus propiedades, don Martín ordenó la destrucción de conventos y casas para forzar a los ciudadanos alejarse de la semi-destruida ciudad de Santiago de los Caballeros, ciudad a la que a partir del año 1886 se le conoce como “Antigua Guatemala”.
Como consecuencia de lo anterior, algunas familias que residían en Santiago de los Caballeros optaron por trasladarse a Quetzaltenango, entre ellas la de don Domingo Gutiérrez Marroquín y su esposa doña María de la Encarnación Guelle y Anzueto. Una de las hijas del matrimonio, María Candelaria Josefa Vicenta casó con Manuel de Jesús Martínez Aparicio, quien fue miembro del gobierno del Estado de los Altos (1838-1840), y fundador en Quetzaltenango del Hospital San Juan de Dios en el año 1844. El matrimonio procreó once hijos, uno de ellos don Juan José Aparicio y Limón (1834-1899), que se casó con doña Francisca Mérida Monzón (1838- 1916), habiendo tenido catorce hijos, siendo sin duda la más conocida Francisca (1858-1943), quien muy joven y a disgusto de sus padres casó con el general Justo Rufino Barrios, habiendo enviudado cuando este fue asesinado el 2 de abril de 1885, quedando de dicho matrimonio siete hijos pequeños. Doña Francisca al enviudar se trasladó a Nueva York, en donde casó en segundas nupcias en el año 1892 con don José Martínez de Roda, Marqués de Vista Bella, de quien no tuvo descendencia.
Como consecuencia de lo anterior, algunas familias que residían en Santiago de los Caballeros optaron por trasladarse a Quetzaltenango, entre ellas la de don Domingo Gutiérrez Marroquín y su esposa doña María de la Encarnación Guelle y Anzueto. Una de las hijas del matrimonio, María Candelaria Josefa Vicenta casó con Manuel de Jesús Martínez Aparicio, quien fue miembro del gobierno del Estado de los Altos (1838-1840), y fundador en Quetzaltenango del Hospital San Juan de Dios en el año 1844. El matrimonio procreó once hijos, uno de ellos don Juan José Aparicio y Limón (1834-1899), que se casó con doña Francisca Mérida Monzón (1838- 1916), habiendo tenido catorce hijos, siendo sin duda la más conocida Francisca (1858-1943), quien muy joven y a disgusto de sus padres casó con el general Justo Rufino Barrios, habiendo enviudado cuando este fue asesinado el 2 de abril de 1885, quedando de dicho matrimonio siete hijos pequeños. Doña Francisca al enviudar se trasladó a Nueva York, en donde casó en segundas nupcias en el año 1892 con don José Martínez de Roda, Marqués de Vista Bella, de quien no tuvo descendencia.
Francisca Aparicio Mérida fue una mujer bella y educada; de joven estuvo interna en el Colegio Belén de las Ursulinas en la Ciudad Capital, a donde llegó a visitar siendo Secretario de la Guerra, el general Justo Rufino Barrios. En su visita el general Barrios se fijó en la belleza de la joven Francisca, llegándola a visitar con frecuencia lo que preocupó a las monjas quienes solicitaron a sus padres retirarla del internado y trasladarla a Quetzaltenango donde ellos residían. Ya como Presidente de la República, el general Barrios la buscó para casarse en julio de 1874 en la casapalacio de los Aparicio, situada en la Calle de los Bancos, hoy 13 avenida de la zona 1 de Quetzaltenango, actualmente usufructuada por la Gobernación Departamental.
Pasados unos años, un amigo común promovió un encuentro de reconciliación entre el Presidente y don Juan Aparicio, para lo que se invitó a casa Presidencial a don Juan y su familia, en la que uno de los invitados tuvo la inoportuna idea de consultar al general Barrios sobre qué hubiera hecho si don Juan Aparicio no le concedía la mano de su hija, a lo que el General contestó que “se la hubiera robado”. Esto disgustó a don Juan, quien indignado respondió al General que, si eso hubiera sucedido, le hubiera retado a un duelo. Esta respuesta indignó al general Barrios, quien se retiró del salón, suspendiéndose el ágape. A la mañana siguiente ese invitado indiscreto llegó a buscar a los Aparicio, indicándoles que debían abandonar el país, pues el General estaba muy disgustado, y que seguramente tomaría venganza, con lo cual la familia Aparicio emigró a los Estados Unidos, dejando en el país a la hija casada con el Presidente, y al mayor de los hijos, don Juan José Aparicio Mérida (1856-1897), a cargo de las empresas familiares que a la sazón eran las más importantes productoras y exportadoras de café y azúcar de Guatemala.
Ilustración 15: Firma del Acta de Independencia por los próceres.
De cómo se vivió el acto de Independencia en Quetzaltenango
Es cosa común aducir que la Independencia de Guatemala como la de otras colonias españolas tuvo su causa primigenia en la Revolución Francesa (1779) y la Independencia de EEUU (1776). Y sin duda alguna influencia tuvieron esos acontecimientos. Pero la causa verdadera la encontramos en dos razones: por una parte, la lucha interna entre criollos y peninsulares por el control de la Capitanía y su economía; especialmente entre los de las provincias y la oligarquía comercial guatemalteca (casa Aycinena); por otra en el debilitamiento español que causó la invasión napoleónica y la abdicación del Rey Carlos IV en su hijo Fernando VII, y la posterior abdicación de ambos en Bonaparte. Ello causó la caída en España del Antiguo Régimen. Como consecuencia, en México se gestó “El Plan de Iguala” que proponía la emancipación y la instalación de un sistema monárquico constitucional ofreciéndole el trono a Fernando VII. Ante la negativa a la oferta, el último virrey de México Juan O ́Donojú reconoció la independencia mexicana y a Iturbide como emperador, quien hizo inmediato contacto con personajes de Guatemala por medio de la familia Aycinena planteándoles la anexión, evitando así que las Provincias se constituyeran en Repúblicas, afán que en Guatemala lideraban el Dr. Pedro Molina y Francisco Barrundia.
El Plan de Iguala fue por tanto otro motivo de la emancipación guatemalteca. Tanto así, que tres días antes que Guatemala declarara su Independencia, ya el Ayuntamiento de la Ciudad de Quetzaltenango había recibido un correo de Ciudad Real, hoy San Cristóbal Las Casas, México, en el que le comunicaban que aquel “Noble Ayuntamiento” había jurado la independencia del Gobierno de la Península. Y no fue sino hasta el 21 de septiembre del mismo año, seis días después de declarada la Independencia que el Ayuntamiento de Quetzaltenango se reunió en Cabildo Extraordinario, convocado para, como reza en Acta: “abrir un paquete que vino por el Correo, y habiéndose abierto, estando reunidos los señores que componen este Noble Cuerpo, se acordó que siendo lo comunicado por el Excelentísimo Señor Jefe Político el asunto de Independencia, y por ser éste de tanta importancia, se convoque a todos los Empleados Públicos, el Señor Cura con sus religiosos; el Señor Comandante, el Señor Administrador de Correos, el Señor Factor de Tabacos, y todos los demás vecinos visibles para que reunidos en esta Sala Capitular todos, se acuerde lo conveniente de tan interesante asunto. En la tarde de este día, de conformidad con lo dispuesto en la Acta anterior, estando juntos y congregados el Reverendo Padre Cura y dos Religiosos, el Señor Comandante, los empleados en la Haciendo Publica, funcionarios públicos y demás vecinos visibles, se determinó que para que sea con la solemnidad que corresponde el juramento de la Independencia, se pase oficio al Comandante de las Armas, para que asista la tropa, y se publique bando a fin de que concurra todo el Pueblo. Todo lo que se hará en la Plaza el domingo 23 del corriente”. Firmaron el Acta anterior el Alcalde Manuel Aparicio, José Quijivix, Agustín Escobar y los señores Fuentes, Pacheco y Francisco Flores. Dos días después, el 23 de septiembre en la misma Sala Capitular “se conoció por el Ayuntamiento la solicitud del pueblo para retirar de su cargo al Corregidor, don Juan José Echeverría, quien renunció”. Acto seguido el Alcalde Manuel Aparicio depositó el juramento de Independencia en manos del Alcalde Segundo, don José Quijivix, quien juramento al pueblo reunido en la Plaza, “conduciéndose en seguida a la Parroquia, en donde se dieron gracias al Eterno Protector de la Libertad de los Pueblos, con un solemne Te Deum”.
El Decreto reza así: “El pueblo de Quetzaltenango se denominará Ciudad de Quetzaltenango”. El Decreto fue trasladado al Consejo Representativo del Estado de Guatemala el 10 de noviembre del mismo año, fecha en que lo sancionó el Jefe de Estado para su publicación. Cabe mencionar que ha sido el único caso en la historia nacional en que un Pueblo pasa a ser Ciudad, pues lo normal ha sido que de Pueblo pasa a Villa, y de esta a Ciudad.
Tan solo dos meses después, el 15 de noviembre de 1821, el Corregimiento de Quetzaltenango decidió proclamar su unión al Imperio mexicano; y en prevención de una posible respuesta armada por parte de Guatemala, México movió sus milicias al mando de Vicente Filísola (más tarde el Jefe Político de Guatemala), para apoyar a Quetzaltenango.
Ilustración 16: Bandera Trigarante.
El Plan de Iguala y el recurrente abandono de las Provincias
El Plan de Iguala o “de las tres garantías” proponía: la emancipación de México, la instalación de un sistema monárquico constitucional (le ofrecía el trono a Fernando VII), y la religión católica como oficial. Poco tiempo después, el último virrey de México, Juan O’Donojú, reconoció la independencia mexicana y a Iturbide como emperador, quien hizo inmediato contacto con personajes de Guatemala (la familia Aycinena), y con Chiapas, planteándoles la anexión a México como una estrategia de Estado e intentando, por diversos medios que incluyeron la fuerza militar, evitar que las Provincias se constituyeran en Repúblicas, afán que en Guatemala lideraban Pedro Molina y Francisco Barrundia.
Por su parte, el corregimiento de Quetzaltenango decidió proclamar su unión al Imperio mexicano el 15 de noviembre de 1821, solo después de Chiapas; y en prevención de una posible respuesta armada por parte de Guatemala, México movió sus milicias al mando de Vicente Filísola para apoyar a Quetzaltenango.
Las anexiones “voluntarias” al Imperio Mexicano se dieron en el caso de Chiapas, por el total abandono en que le tenía la Capitanía de Guatemala, probablemente justificado por la distancia a que se encontraba. Y en el caso de Quetzaltenango, Honduras, Nicaragua y Costa Rica por el resentimiento existente en los líderes políticos y económicos, debido a que la Capitanía General monopolizaba, mediante el Consulado de Comercio, la totalidad de las importaciones y exportaciones, especialmente del añil, principal producto económico de esa época. Los dirigentes provincianos habían intentado canalizar su descontento mediante su participación en las Cortes españolas, sin embargo, no tuvieron éxito. Como ejemplo del sentimiento que existía contra la Capitanía General, un pasquín hondureño a mediados de 1821 declaraba: “...no os dejéis engañar amadas provincias y hermanos míos, de esos chapines amadores de sí mismos, arrogantes, presuntuosos, grotescos, desobedientes, avarientos, carnales, mentirosos, falsos, blasfemos, hipócritas”. La rebeldía de Quetzaltenango, de León y Comayagua, así como la de San Salvador que fue mucho más recia, suele achacarse a los proverbiales abusos de los comerciantes guatemaltecos que controlaban sus mercados y expoliaban su producción.
Esta historia nos recuerda una experiencia: la del abandono y desdén con que los líderes de algunos países tratan a sus provincias privilegiando sus capitales; tal el caso de Guatemala. Baste ver el presupuesto asignado al interior del país versus lo asignado a la Capital para evidenciar el desigual trato. En Quetzaltenango se ha comprobado reiteradamente el descuido con el que ha sido tratado por el Ejecutivo y el Legislativo, especialmente en cuanto a inversión se refiere, tanto la social como la de infraestructura física. Se ha comprobado también que los alcaldes que han planteado inversiones para sus comunidades lo han logrado solamente cuando se trasladan al partido “oficial”.
Conviene, pues, que como política de Estado se fortalezcan en Guatemala ciudades intermedias, no solo para frenar la emigración causada por falta de oportunidades en el interior, sino por la misma sobrevivencia de la Metrópoli capitalina. Esas ciudades, a las que hay que fortalecer con una estrategia sistémica son: Quetzaltenango en el occidente; Mazatenango en la costa sur; Chiquimula en el oriente y Alta Verapaz en el norte. Y en el Petén la ciudad de Flores que, dicho sea, fue nombrada así en homenaje al quetzalteco Cirilo Flores, vicemandatario de la Provincia de Guatemala, y diputado ante el Congreso del Imperio de Iturbide.
Conviene, pues, que como política de Estado se fortalezcan en Guatemala ciudades intermedias, no solo para frenar la emigración causada por falta de oportunidades en el interior, sino por la misma sobrevivencia de la Metrópoli capitalina. Esas ciudades, a las que hay que fortalecer con una estrategia sistémica son: Quetzaltenango en el occidente; Mazatenango en la costa sur; Chiquimula en el oriente y Alta Verapaz en el norte. Y en el Petén la ciudad de Flores que, dicho sea, fue nombrada así en homenaje al quetzalteco Cirilo Flores, vicemandatario de la Provincia de Guatemala, y diputado ante el Congreso del Imperio de Iturbide.
Ilustración 17: José Ramón Roxas (Padre Guatemala). Retrato en Convento de Descalzos (Lima, Perú).
El “Padre Guatemala”
El miércoles 6 de septiembre de 1775 nació en Quetzaltenango José Ramón Rojas Morales. En esa época, finales del siglo XVIII, Quetzaltenango contaba con cerca de 10 mil personas, y era “cabecera del Corregimiento” (época Colonial), siendo el Capitán General de la recién trasladada capital al valle de la Ermita, Martín de Mayorga, quien representaba al rey de España Carlos III. Por aquel entonces gobernaba la Iglesia guatemalteca el ilustre arzobispo Pedro Cortés y Larraz.
El recién nacido, José Ramón, era hijo de Lázaro Rojas, un funcionario público, y de Felipa Morales. Tuvo siete hermanos, lo que, con los bajos ingresos recibidos por sueldo del padre, obligó a la familia a vivir en extrema austeridad. Esa vida con tanta limitación, aunada a la gran religiosidad de los padres, facilitó el que cinco de los ocho hijos optaran por la vida religiosa.
El joven José Ramón se educó con los frailes franciscanos, demostrando
grandes aptitudes para la Literatura, el dibujo y la Música, artes estas que desarrolló durante toda su vida. Una vez concluidos sus estudios elementales, se fue al convento, siendo aceptado como novicio a la edad de 18 años (en el año 1794) en el convento de los recoletos de “Cristo Crucificado” de la nueva ciudad de Guatemala, ordenándose como sacerdote en 1798 en la orden seráfica de San Francisco de Asís, habiendo más tarde ingresado a la Universidad de San Carlos, donde estudió Filosofía, Historia, Derecho y Teología; hablaba además en varias de las lenguas indígenas. Ya como sacerdote, este quetzalteco adoptó el nombre de fray José Ramón de Jesús María.
Al poco tiempo de concluidos sus estudios, fray José Ramón fue trasladado a Nicaragua, bajo el encargo de residir en León, y desde allí cristianizar amplias regiones, encargo que cumplió a cabalidad, pues no solo cubrió Matagalpa y León sino el territorio de los Misquitos, a donde llevó el Evangelio. Durante el tiempo que permaneció en Nicaragua fundó varias poblaciones, además de centros educativos, así como hospitales e iglesias. Su ejemplo de trabajo tesonero, y de vida austera y espiritual, atraía con gran fuerza a las poblaciones, quienes le respetaban y seguían.
Fray José Ramón era, asimismo, consultado con frecuencia por el arzobispo de Guatemala Ramón Casaus y Torres, así como por el de León, quienes reconocían en el fraile quetzalteco a un gran colaborador y “muy sabio en sus consejos”.
Cuando la independencia de Centroamérica y los hechos subsiguientes, José Ramón Rojas de Jesús María, siendo de un espíritu místico y alejado de la política, se opuso a firmar un opúsculo a favor de la anexión a Iturbide, habiendo molestado al presbítero Matías Delgado, personaje muy comprometido en política, razón por la cual fue expulsado y perseguido, trasladándose a Honduras y Costa Rica, países en que se dedicó a la ayuda a los menesterosos, hasta que más tarde tuvo que salir en definitiva del territorio centroamericano, habiendo tomado una embarcación que le llevó al Perú, sin habérselo propuesto. Sin embargo, en cuanto puso pies en El Callao decidió quedarse en ese país el que, hasta la fecha, le considera un santo, y a quien desde entonces le conocen como el Padre Guatemala.
Fray José Ramón se dedicó con ahínco a construir una iglesia, un cementerio y una escuela para niños. Concluidas estas tareas optó por trasladarse a Lima, ciudad virreinal, hermosa, aristocrática, y en ese entonces de unas 60 mil almas que contaba con gran número de templos, un clero nutrido y gran religiosidad, por lo que consideró que su presencia allí era innecesaria, y decidió trasladarse al departamento de Ica, donde vivió hasta su muerte, acaecida en 1839.
Fray José Ramón fundó iglesias, conventos, escuelas, hospitales y cementerios en pueblos de los departamentos de Ica, Piura, Puno, Cuzco y Cajamarca, dando ejemplo personal como albañil y recolectando recursos para dichas obras, las que concluidas dejaba en manos de las comunidades.
Pero por lo que aún le recuerdan en Perú al Padre Guatemala es por su santidad personal. Hay muchísimas anécdotas de su vida que han sido presentadas en Roma para proponer su beatificación.
El Padre Guatemala murió a los 63 años de una pleuresía causada por salir una noche de mucho frío y, estando enfermo, a atender a una niña pequeña en artículo de muerte, a quien consoló y cuya salud recuperó. Al entierro del Padre Guatemala asistió una multitud de más de 5 mil personas, y su catafalco se encuentra en la iglesia de la Merced de Ica.
Con motivo del centenario de la muerte de fray José Ramón, el diario el Imparcial le dedicó una edición especial el día 22 de julio de 1939, y la Sociedad de Geografía e Historia le rindió un homenaje póstumo. Y en el Perú hubo un apoteósico desfile de automóviles, autobuses y trenes desde Chincha y Pisco hasta Ica. Dice su biógrafo, Enrique Tovar, que en Ica “está fray Ramón en todos los labios”.
¡Ilustre quetzalteco poco conocido en Guatemala!
Con motivo del centenario de la muerte de fray José Ramón, el diario el Imparcial le dedicó una edición especial el día 22 de julio de 1939, y la Sociedad de Geografía e Historia le rindió un homenaje póstumo. Y en el Perú hubo un apoteósico desfile de automóviles, autobuses y trenes desde Chincha y Pisco hasta Ica. Dice su biógrafo, Enrique Tovar, que en Ica “está fray Ramón en todos los labios”.
¡Ilustre quetzalteco poco conocido en Guatemala!
Ilustración 18: Fachada antigua del Templo del Espíritu Santo o Templo del Convento de San Francisco. En la actualidad Catedral de Quetzaltenango. Infografía de Wílfido Enríquez.
La Catedral de Quetzaltenango
En el año 1532 inició su labor la Iglesia Católica en Quetzaltenango promovida por el Obispo Francisco Marroquín, denominándola como “Doctrina del Espíritu Santo”. Más tarde se constituyó como “Parroquia del Espíritu Santo”; y no es sino hasta hace un Siglo que se eleva a la categoría de “Catedral”, nombre con que se conoce cuando se organiza una Diócesis, denominación que se da al territorio cristiano en que ejerce jurisdicción eclesiástica un prelado, sea éste Obispo o Arzobispo, como en el caso de los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán.
Del Templo original no queda nada. La fachada colonial de estilo barroco-plateresco que aún hoy puede obser varse, se construyó a finales del siglo XVII y es lo único que queda en pie de una segunda construcción; el resto fue destruido por el terremoto del 9 de febrero de 1853 que dejó prácticamente en ruinas el templo. Adosado al mismo funcionaba una edificación utilizada como Convento por los Frailes Franciscanos, demolida en el siglo XIX al haber quedado afectada por el terremoto.
Como el Templo quedó prácticamente destruido desde 1853, es hasta el año 1899 que se procede a la demolición definitiva, quedando en pie únicamente la Capilla de la Virgen del Rosario, la fachada y un campanario, diseñándose una nueva iglesia, asunto que se confió al Ingeniero Alberto Porta, quien aportó dos propuestas: una de estilo gótico y la otra neoclásica. Habiéndose optado por la segunda, se iniciaron trabajos que fueron suspendidos con motivo del terremoto de 1902 que nuevamente destruyó parte de lo construido. El templo original tenía su cúpula principal y el Altar Mayor bajo ella, situado en la parte norte; hoy la nave central y el Altar Mayor se ubican hacia el oriente.
No es sino hasta el 16 de Septiembre de 1954 cuando finalmente se re-inaugura el Templo, ahora ya como Catedral, confiada a los franciscanos, dejando pendiente la reconstrucción de la fachada “interior”. Al traspasar la antigua fachada barroca se encuentra un Atrio, y luego del Atrio se construyó la nueva fachada de estilo Neoclásico bajo la responsabilidad de Monseñor Enrique Yarsebsky cuando fungió en los años 70 y principios de los 80 del siglo recién pasado como Párroco de Catedral.
Con el ascenso al poder de los liberales en el año 1871 se dio la confiscación de los bienes de la Iglesia, instalando el gobierno liberal en la Catedral y su convento adjunto un colegio para niñas.
Vale mencionar que después de un largo trámite, ¡de más de un siglo!, el bien inmueble en donde se sitúa la Catedral fue devuelto a la Iglesia en enero del año 2016.
Hoy la Catedral del Espíritu Santo es una bella obra terminada, que incluye en su interior una verdadera joya en imágenes y retablos; destaca la imagen del Padre Eterno, que fundida en plata representa al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Es una escultura única en su estilo.
Es muy visitada la imagen de la Virgen del Rosario, coronada el 7 de Marzo de 1983 por San Juan Pablo II cuando como Papa realizó su visita a Quetzaltenango. Esta imagen tiene su camerino en una Capilla dedicada a la Virgen del Rosario, Patrona de Quetzaltenango, que se ubica a un costado de la nave principal.
Vale mencionar que la fiesta anual de Quetzaltenango se celebraba antiguamente el 7 de Octubre, día de la Virgen. Pero los liberales en su momento obligaron a cambiar la fiesta del pueblo al 15 de Septiembre, en homenaje a la Independencia patria.
La Catedral de Quetzaltenango, por lo que representa y la belleza artística de su arquitectura e imaginería, es un icono de la Ciudad.