El problema es que la cosmovisión puede resultar en una afirmación autoritaria e intransigente, transformándose en un fundamentalismo.
Fecha de publicación: 29-07-21
Por: Roberto Gutiérrez Martínez
La noción “cosmovisión” se puede explicar como la manera en que una persona, una sociedad, una cultura o un grupo particular de ella ve o interpreta el mundo; es, en síntesis, una forma particular de comprender la realidad.
La cosmovisión se fundamenta en percepciones o valoraciones que luego se conceptualizan para esa interpretación. Y aun cuando se fundamenta en opiniones y creencias, a partir de ellas se hacen proposiciones aplicables a todos los campos de la vida, desde la economía hasta la religión, desde la política hasta la moral, pasando por asuntos más pedestres y cotidianos. Es decir, permite imaginar —y allí su debilidad— realidades concretas.
El término cosmovisión es relativamente nuevo —de inicios del siglo pasado—, y fue expuesto por primera vez por el filósofo alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911) en su libro titulado Introducción a las ciencias humanas, quien se esforzó por establecer a las humanidades como una ciencia “subjetiva”, diferenciándolas de las “ciencias de la naturaleza”. Esto es, como unas “ciencias del espíritu”, según las cuales “se daría una interacción de la experiencia personal, del entendimiento reflexivo de la experiencia, y una expresión del espíritu en los gestos, palabras y el arte”.
En su planteamiento, Dilthey rechaza el modelo epistemológico de las ciencias naturales —o sea el método científico—, para el análisis de las ciencias humanas, a las que denomina, como he dicho: “ciencias del espíritu” (en ellas entran la filosofía, la filología e incluso la historia), con lo que debe emplearse la “comprensión y penetración humana”. Según Dilthey, las “relaciones, sensaciones y emociones producidas por la experiencia peculiar del mundo, en el seno de un ambiente determinado, contribuirán a conformar una cosmovisión individual”.
De tal cuenta, todos los sistemas de creencias, filosóficos y políticos (las ideologías también), pueden ser cosmovisiones; entre ellas pueden estar el socialismo, el islamismo, el marxismo, el nacionalismo, el capitalismo, el antropocentrismo; es decir, cualquier pensamiento complejo e interpretativo, integrando nociones que incluso pueden ser contradictorias.
El problema es que la cosmovisión puede resultar en una afirmación autoritaria e intransigente, conformándose en un fundamentalismo. Este es el mayor riesgo, a mi criterio, pues la cosmovisión no necesariamente conduce a la verdad, la que se establece cuando se da la adecuación de la mente a la realidad; por ejemplo: yo puedo tener en la mano un vaso plástico con agua, e imaginar que es de cristal de Limoges, pero esta no es la realidad; por tanto, tampoco la verdad. Igual puede suceder con la cosmovisión, imaginar lo que no es real, faltando por tanto a la verdad, deformándose o desviándose el “bien humano”. Sabemos que la verdad, la belleza y el bien son los tres elementos que permiten alcanzar la felicidad humana; si se falla en uno, entonces nos alejamos de ese fin último.
Aun así, y considerando que existen cosmovisiones en una sociedad, el ideal de organización de la misma, indispensable por otro lado para la convivencia “civilizada”, se sustenta en una cosmovisión coherente, que sea socialmente compartida.
En nuestro país se convivió durante los tres siglos del periodo hispano-guatemalteco, 1524-1821 (conocido como la Colonia), a partir de una cosmovisión en la que la auctoritas (una autoridad moral, no autoridad de poder) se derivaba del catolicismo, lo que dio unidad y cierta armonía en la vida de los ciudadanos de aquella época; ello se perdió a partir de la Revolución Liberal, cuando se debilitó esa auctoritas, y se indujo a la adscripción a una “autonomía de conciencia” que en la práctica derivó, hasta hoy día, en una sociedad amorfa, desintegrada y contradictoria.
En los últimos años ha surgido un movimiento planteando una cosmovisión maya, en la que se intenta incluir todos los aspectos de la vida física, psíquica y espiritual, con elementos que se buscan en la compleja e indefinida “memoria histórica”, proponiendo su validez en aspectos medulares. Esa “búsqueda-construcción” es válida y “legal”, por estar incluida en el texto constitucional guatemalteco (el Artículo 66, Sección Tercera, de la Constitución de la República lo contempla), pero aleja las posibilidades de una prospectiva de Estado-Nación común para todos los guatemaltecos. Ello, debo aclarar, no es forzar a un integracionismo; es procura de una interculturalidad a partir de la multiculturalidad.
¿Por qué no dejamos las cosmovisiones particulares y sectoriales y construimos una común, que incluya contradicciones, pero que las supere? Para alcanzar consensos requerimos de una discusión razonada, serena, respetuosa y con apertura de mente. Diálogo y tolerancia es el sendero para la Guatemala por todos añorada.