Habida cuenta que la comprensión mas aceptada del significado del desarrollo es: “pasar de una situación a otra mejor”, se nos plantea la necesidad de cuantificar esa mejoría esperada. Caso contrario estaríamos desafiando el reiterado refrán atribuido al genio de Einstein -palabras mas, palabras menos- que si seguimos haciendo lo mismo tendremos resultados iguales. Por tanto, si queremos cambios positivos, debemos hacer las cosas de otra manera para que nos conduzcan a un mejor fin.
Viene entonces la necesidad de buscar los medios para hacer las cosas de manera diferente y para ello tenemos dos instrumentos: la creatividad y la innovación. Pero, ¿en qué se diferencian?
El primero, la creatividad, como su nombre lo indica, parte de la capacidad de crear algo nuevo, algo original. El creativo propone nuevas ideas o conceptos que buscan solucionar problemas. Como proceso surge de la imaginación, de la capacidad cerebral de producir nuevas sinapsis –esas conexiones neuronales- de los miles de millones de neuronas que tiene el cerebro humano.
La creatividad se da para solucionar problemas, como dicho, o para estimular nuevas maneras de pensar o actuar, sea en lo tecnológico, lo social, lo económico, lo cultural o lo político. Interesa saber que la creatividad puede estimularse a partir de nuevas visualizaciones de asuntos ya conocidos, de nuevas ideas producidas por algún fenómeno, o de convivencia con nuevas formas culturales. En ocasiones se crea por accidente, como cuando Arquímedes en la bañera midiendo el volumen de agua que desplazaba descubrió la forma de medir la densidad de la materia.
El segundo instrumento mencionado, el de la innovación, es aquel que parte de renovar algo ya creado; por tanto, es un proceso que introduce nuevas técnicas, medios o maneras de hacer algo que permite mejorarla o hacerla mas adaptable a las necesidades o intereses humanos. Fue el economista Joseph Schumpeter quien primero mencionó el concepto de innovación como una teoría; en ese caso para establecer una nueva función de producción. Lo interesante es que dejó establecido que es la innovación la que produce crecimiento económico.
La innovación, se reconoce universalmente, es el principio motor del mundo moderno; es la búsqueda de lo novedoso, lo que mueve el espíritu humano hacia la superación; muchas veces con la “innovación disruptiva”, con una mejora a un producto o servicio de forma desconocida, inesperada, desafiando el criterio de la mayoría y sin seguir la tendencia sino, incluso, oponiéndose a ella.
Como sabemos, ya desde la cultura griega la recreación de algo (le llamaban kainotomia, en griego) esa idea de innovar fue lo que hizo que aquella sociedad se transformara velozmente. Es en una comedia de Aristóganes (siglo V a. de C.) donde se utiliza el vocablo con ese sentido. Consta que los cambios y avances de aquella cultura no se habrían producido sin la contribución de personas que innovaban; pero ello en un ambiente propicio, en el que la democracia “griega” inspirada por Sócrates, Platón y complementada por Aristóteles permitía el intercambio de ideas. Ya Aristóteles (384-322 a. de C.) analizó la lógica del cambio en lo físico, en lo metafísico y en lo político. En su concepto estableció que todo cambio debe proceder de una situación preexistente o sustrato. Esto es, lo nuevo depende de lo viejo. Y fue esa práctica de la innovación lo que abrió el camino al pensamiento del Renacimiento, en lo artístico, en lo intelectual. Destaco, entonces, que para que haya capacidad e inquietud de innovar debe haber unas condiciones adecuadas, propicias; un ecosistema le llamamos hoy.
Es común escuchar la frase: “la necesidad es la madre del ingenio”; y si ello es válido habría que decir que “la competitividad es su padre”.
Por tanto, incluyo en esta propuesta la tercera noción, la de “competitividad”, pues es lo que le da dinámica a la innovación. Y aunque como concepto se ha utilizado especialmente en la economía (capacidad de ofrecer a menor precio la mejor calidad de un producto o servicio), la noción se amplía a otros ámbitos humanos. A veces se confunde con competencia, pero va mas allá, pues es la que da un “plus”, un mayor valor a cualquier acción humana, sea ésta en el arte (cultura), en el deporte, en lo social o en lo económico.
Así, ya los griegos estimulaban la innovación mediante la competitividad, premiando los logros. Un ejemplo se da en la antigua Atenas, cuando se fomenta la innovación en la pintura por medio de la competitividad (quien la hacía mas rápido, realista y bella), como ha quedado expresado en el caso entre Zeuxis y Parrasio cuando éste último ganó el premio. Igualmente se estableció el esfuerzo cuando Dionisio I rey de Siracusa, (siglo IV a. de C.), premia a quien construyó mejores máquinas de asedio para la guerra mas económicas y eficientes.
El torneo de pinturas y el concurso bélico demuestra que los griegos tenían en la competitividad el instrumento para fomentar el cambio. Hoy sigue siendo un instrumento central (técnica y económicamente) para mejorar la calidad de vida en cualquier sociedad.
Por tanto, al igual que ayer en la Grecia Clásica, la creatividad, la innovación y la competitividad deben formar parte de la cultura; y para ello, se debe satisfacer algunas pre-condiciones; entre ellas: la libertad, la seguridad, la empatía hacia lo nuevo y la capacidad de premiar el talento. Y todo ello fomentado desde la niñez.