A la memoria de Isabel Gutiérrez de Bosch y su nobleza de espíritu.

Su apoyo se convertía en un auténtico y muy humano acompañamiento a las personas que atendía.

Fecha de publicación: 10-09-20

Por: Roberto Gutiérrez Martínez

No me es fácil escribir sobre Isabel Gutiérrez de Bosch por dos razones: una por lo que implica un sesgo anímico-familiar; y la otra porque resumir su larga vida de servicio en unas pocas líneas es cosa difícil, además que no se conoce todo lo que en bien de los guatemaltecos ella hizo.

En todo caso lo intento como un homenaje a esta extraordinaria y ejemplar mujer que el domingo recién pasado falleció, dejando un sentimiento encontrado de tristeza, por un lado, y de ejemplaridad de vida por otro, vida que dedicó con entusiasmo e inusitada alegría a servir en variados campos. Así, le vimos apoyando a jóvenes en sus afanes estudiantiles, a mujeres indígenas en su lucha por salir adelante, a niños desnutridos atendidos con amor y suministros para liberarse de sus carencias. Son miles las personas que recibieron apoyo de Isabel, el que no solo consistió en bienes materiales, sino, y muy destacable, con su involucramiento total, dedicándoles tiempo con sus consejos y cariño.

Isabel Gutiérrez de Bosch es un ejemplo de esa “nobleza de espíritu”, ese ideal de vida en el que la rectitud y corrección, la verdadera felicidad y el genuino espíritu de servicio se hacen realidad, conjugando la capacidad con la moral, la intención con la inteligencia, la voluntad con la alegría y la disposición de ánimo con entrega. De tal manera que su apoyo se convertía en un auténtico y muy humano acompañamiento a las personas que atendía.

Isabel nació en San Cristóbal, Totonicapán, pueblo bello y noble al que nunca olvidó, y al que apoyó siempre; así, la principal escuela pública de San Cristóbal lleva el nombre de su padre Juan Bautista Gutiérrez (+); el centro de salud el de su hermano Dionisio (+); el centro de apoyo a madres y niños lleva el nombre de su fundación; todas estas instituciones han recibido apoyo para su funcionamiento de las entidades que Isabel presidió.

Isabelita -como le llamamos- desde joven demostró una sensibilidad y comprensión hacia las necesidades de los más desposeídos; y con el tiempo, y siendo ella una empresaria y directora de empresas muy importantes del país, se involucró voluntariamente en actividades de beneficio comunitario. Primero lo hizo a título personal, más tarde como rotaria (fue la primera presidente mujer de un club social Rotario, tradicionalmente exclusivo de hombres); y en los últimos años, como presidenta de la Fundación Juan Bautista Gutiérrez, entidad creada en homenaje a su padre.

Isabelita supo identificar necesidades sociales a la par de metodologías adecuadas para llevar auxilio a los menos favorecidos, de manera que atendió durante mucho tiempo a instituciones de apoyo a minusválidos, a niñas abandonadas, a niñas que han delinquido, a niños con desnutrición, a jóvenes con potencial pero que no cuentan con los recursos para estudiar y salir adelante, a instituciones de servicio comunitario, entre otros proyectos; y lo más importante: lo hizo involucrándose personalmente, y aportando los recursos necesarios para el buen funcionamiento de las entidades que lo prestan. Isabelita trabajó denodadamente a favor de los proyectos en que se implicó, con una energía y entusiasmo extraordinarios; atendiendo todos los días responsabilidades auto-asumidas. Fue una auténtica mujer de servicio a la comunidad, razón por la cual recibió en vida diversas distinciones, incluyendo la Orden del Quetzal, distinción que otorga el Gobierno nacional por méritos extraordinarios.

Casada con Alfonso Bosch procrearon cinco hijos, tres varones y dos mujeres, y siendo éstos aún muy jóvenes, Alfonso falleció en un accidente aéreo junto a su cuñado, Dionisio Gutiérrez -hermano de Isabel- quien era un entusiasta piloto aviador. El accidente ocurrió cuando transportaban medicinas y ayuda a los damnificados del huracán ‘Fifí’ a Honduras, en el año 1973; de manera que ambos dieron la vida en una acción de servicio a los demás, acto por demás sublime y por lo que los hijos, sus viudas y quienes tuvimos la suerte de conocerles y tratarles, les recordamos con amor y agradecimiento. Por su parte, Dionisio dejó en la viudez a su esposa y en orfandad a cinco hijos, también tres varones y dos mujeres. Los hijos de ambos matrimonios son destacados y exitosos empresarios y profesionales que apoyan al país en diversas instancias.

Que sean estas líneas un homenaje de admiración y agradecimiento a Isabelita, quien aportó al país su energía, recursos e ilusión con capacidad y humildad; que su ejemplo sirva a muchas y muchos guatemaltecos en el esfuerzo de construir un país más humano y solidario; que su nobleza de espíritu siga siendo el estandarte que guíe a quienes le conocimos.

¡Que en paz descanse Isabelita!

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