Cuando la mediación entre el Estado y la ciudadanía se deteriora por causa de la corrupción o de la incapacidad de los partidos políticos de cumplir sus promesas surge el populismo, que tiene la característica de generar atractivos que no ofrecen las reglas de la vida democrática. La democracia, en términos generales no despierta apasionamientos, como sí lo hacen las movilizaciones de los líderes populistas que Latinoamérica ha conocido en las últimas décadas, tal el caso de los Castro cubanos, de Hugo Chávez y su camarilla en Venezuela, de los Ortega-Murillo en Nicaragua, de Correa en Ecuador y Morales en Bolivia y mas recientemente Bolsonaro en Brasil y Trump en los Estados Unidos.
Y es que el populismo tiene la característica de una gran “flexibilidad ideológica”. Así, encontramos liderazgos populistas de extrema derecha; ahora mismo vemos que en nuestro pais un líder de derecha y una lidereza de izquierda ofrecen gratuidad en el consumo de energía eléctrica. Populismo puro y duro. De manera que no importa la ideología pues la habilidad de esos líderes es movilizar a ciertos sectores ciudadanos en su demanda por sentirse incluidos, saberse escuchados.
Normalmente el populismo se caracteriza por la aparición de un personaje con características de líder mesiánico, que rechaza la institucionalidad existente y concentra el poder en su persona. Para ello polariza a la sociedad en lo social y en lo político.
El populismo se caracteriza también por su ambigüedad; así, mientras los movimientos revolucionarios se instalan desconociendo la legitimidad democrática de las elecciones y la representatividad que conlleva, el populismo gana las elecciones casi siempre por castigo al partido en el poder, para luego cambiar la Constitución y las reglas del juego democrático. El populismo también comparte con los totalitarismos el control autoritario, que logra con una especie de plebiscito de las masas que controla.
Hoy dia es evidente un claro deterioro de la democracia a nivel global, sobre todo porque los lideres políticos no pueden cumplir las promesas de alcanzar mejores niveles de vida de los ciudadanos, lo que provoca desilusión y los ciudadanos se sienten traicionados. Razón tiene la sentencia de Churchil: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”.
Y es que hay una pérdida de confianza en las instituciones con el consiguiente desapego ciudadano a su reglas y normas. El problema es que ello lleva a importantes grupos de las sociedades a aspirar por autócratas, validándoles su intención. O peor aún, a plantearse propósitos antisistema, tal como un grupo político guatemalteco que de manera sutil lo persigue.
Probablemente la causa-raiz de esta debacle política se debe a que la experiencia neo-liberal en América Latina no ha logrado superar las desigualdades ni consolidar procesos de desarrollo que alivien significativamente la pobreza. Por ello es que la tentación de líderes populistas está latente en América latina, lo cual demuestra que las democracias que se han instalado después de la época de gobiernos militares-dictatoriales no satisfacen las demandas ciudadanas que, precisamente por la competencia política en épocas eleccionarias, alientan expectativas que van más allá de las posibilidades reales de cumplirlas.
El resultado más o menos inmediato en un país dirigido por un populista es el desmantelamiento de todas las instituciones democráticas y de los medios de comunicación. Y la consecuencia es un incremento de la corrupción, y el control estatal de la economía que rápidamente se evidencia con la carestía de productos y el incremento de la inflación. Acompaña su “menú” con el terrorismo fiscal a los opositores, con la eliminación de las instituciones autónomas, el control de medios de comunicación y el control ideológico del sistema educativo. Y, como en el caso venezolano, con una total militarización del gobierno, y la eliminación de los partidos políticos.
El líder populista asume en su persona la “voz del pueblo”, con lo que niega toda posibilidad de negociación política pluralista con otras expresiones; y se presenta al país como “el redentor”. Y para ello promueve las concentraciones multitudinarias, con sus marchas y actos masivos, con lo que logra adhesión y fuertes sentimientos de fraternidad entre los seguidores.
El populismo es, sin duda, el destructor de democracias; y la guatemalteca, aun débil e incipiente y con fuerte incidencia en ella de fuerzas oscuras, el narcotráfico una de esas, está en serio riesgo. Solamente la salvará la conciencia ciudadana, la participación decidida y la transparencia y contundencia de las entidades obligadas a preservar la democracia constitucional republicana.