Su gran ilusión era ir a la escuela y aprender a leer.
Por: Roberto Gutiérrez Martínez
Recientemente falleció en Quetzaltenango a sus 107 años de edad don Napoleón Méndez, un hombre noble, humilde, solidario, buen ciudadano y muy querido por quienes le conocimos.
Nació, según el mismo relató, en cuna muy humilde en una aldea del Departamento de Huehuetenango. Su padre desapareció pronto del hogar y su madre, quien padecía de ataques de epilepsia le crio en medio de una gran pobreza. Aconteció que siendo don Napoleón niño, su madre en una convulsión perdió el conocimiento y cayó sobre el fogón de la cocina, con lo que sufrió quemaduras en el rostro, siendo trasladada de emergencia al hospital de Quetzaltenango para su recuperación. Estando en el nosocomio y en proceso de recuperación, se dedicó a lavar “ropa ajena” para agenciarse de fondos con los que poder sostener a su pequeño hijo, hasta que un día y como consecuencia de uno de los ataques de la enfermedad que padecía cayó inconsciente en la pila donde lavaba, ahogándose.
Entonces las monjas de la Caridad que colaboraban en el hospital se hicieron cargo del niño huérfano hasta la edad de 7 años, cuando por órdenes de la superioridad debieron despedirle, siendo entregado a una familia con la que vivió por corto período, pues según su relato recibía maltrato en la misma. Por ello buscó refugio en el Parque a Centroamérica de Quetzaltenango, en donde el cuidador del mismo le dio oportunidad de pernoctar en un pequeño cubículo, condicionándole que debía ayudarle barriendo todos los días el parque. Así lo hizo Napoleón durante largo período. Pero su gran ilusión era ir a la escuela para aprender a leer, asunto que le era negado pues la dirección de la misma le exigía que llegara con sus padres a firmar los debidos compromisos. Y Napoleón no podía cumplir esa condición.
En su relato don Napoleón recordaba cómo, en un aciago día en que se encontraba deprimido y sin nadie que le asistiera decidió visitar la Iglesia Catedral de la Ciudad, y ante la imagen de la Virgen del Rosario en su rezo le pidió a la Virgen que fuera su madre, ante la falta de una madre terrenal.
Después de un largo tiempo y ante la insistencia del niño, la dirección de la escuela le permitió inscribirse, habiéndose graduado de Contador después de grandes sacrificios. Siendo joven encontró trabajo como encargado de limpieza de una tienda de ultramarinos muy afamada en Quetzaltenango y por su dedicación y lealtad en la empresa fue ascendiendo de puesto, pasando por atención al cliente (detrás de un mostrador), hasta hacerse cargo de la contabilidad cuando había concluido los respectivos estudios.
En esa época llegaba a hacer compras al “almacén de ultramarinos” una chica con quien estableció amistad y con quien años mas tarde se casaría, formando un matrimonio ejemplar que procreó una muy unida y estimada familia quetzalteca.
Pasados los años los propietarios de la empresa decidieron venderla en condiciones favorables a dos de sus empleados mas antiguos y fieles, siendo uno de ellos don Napoleón, quien de esta manera se constituyó en socio-propietario de la misma. Después de un tiempo disolvieron la sociedad, y don Napoleón abrió un pequeño supermercado que regenteó hasta su clausura, allá por los años 90 del siglo recién pasado.
En su vejez y para mantener la mente activa, dedicaba parte del día a resolver problemas de algebra, a estudiar el idioma inglés, así como a hacer tareas domésticas. Siempre le gustó leer y cultivarse culturalmente, siendo un dilectante, aficionado a las artes y al saber. A sus cien años de edad vimos como abría el baile en la boda de una de sus nietas bailando el vals con soltura y elegancia.
Larga y ejemplar vida de una persona que en su niñez y juventud vivió dificultades, pero que las superó de forma admirable. Por ello, seguramente, llevó su vida en forma ordenada, sencilla, pero en plenitud.
Don Napoleón fue formado en su niñez en la fe católica por las monjas de la Caridad, religiosidad que guardó toda su vida y que puso en práctica apoyando a los menesterosos, especialmente a los niños huérfanos y madres abandonadas.