Entre los grandes pensadores que ha conocido la humanidad se encuentra a Platón, Hegel y Marx. Cada uno de ellos hizo importantes aportes para interpretar y, en algunos casos, orientar el desarrollo histórico de la humanidad. Pero así como legaron un cumulo de propuestas geniales y premonitorias, algunas fueron desafortunadas, por decir lo menos. En este breve espacio me referiré a estas últimas, reconociendo lo valioso que puedan haber sido las primeras.
Tomo para el efecto de ésta crítica un planteamiento que es común en estos tres grandes pensadores, y que es profundamente analizado por el filósofo Karl Popper (1902-1994) en su libro “La sociedad abierta y los enemigos de la democracia”. Según Popper, Platón, Hegel y Marx coinciden en proponer que la humanidad tiene un “destino manifiesto” del que no escapa, por lo que de acuerdo a esa premisa de nada valen los esfuerzos y luchas de los individuos; de manera que a partir de esa propuesta, que podríamos denominar como “profecía histórica”, se anulan las posibilidades que cada persona tiene, a partir de su esfuerzo inteligencia y voluntad, por cambiar lo que podría considerarse como un sometimiento pasivo a las fuerzas que gobiernan el futuro de cada persona, y a la sociedad en general.
Los tres pensadores, consecuentes con su premisa del destino manifiesto, fueron defensores del historicismo que, como sabemos, encierra el “mito del destino”, que fue utilizado especialmente por los seguidores de Marx para hacer al hombre “moldeable” para los fines políticos siempre dictatoriales y favorables a las “nomenclaturas”. Platón ya en su momento había propuesto que la Justicia exigía que “los gobernantes naturales gobernaran, y los esclavos naturales obedecieran”; toda una filosofía de la que Marx y sus seguidores hicieron acopio adaptándola a las circunstancias históricas. Con ello, dieron fundamento al totalitarismo, experiencia que la humanidad ha tenido que sufrir en diferentes épocas y latitudes; y que lamentablemente sigue siendo la intención de líderes populistas y autocráticos que en nuestra américa latina se reproducen y, en algunos casos como Cuba, ejercen el poder (que luego trasladan a su hermano, -claro ejemplo de nepotismo- como en el caso de esta “Perla” del caribe).
Bajo estos planteamientos es que también cabe el tribalismo, entendido en este caso como la opción de la humanidad a guiarse por la “magia” o el mito, prefijados y sin posibilidades de cambiar. La antigua creencia Maya de la historia circular, siempre volviendo al mismo origen sin posibilidades de un desarrollo que pueda considerarse como “no determinista” es un ejemplo de ello.
El problema con este tipo de pensamientos es que se anula la fe en el hombre, en su inteligencia, en su voluntad y en las posibilidades que éste tiene de generar iniciativas. La historia nos ha enseñado que no tiene que ser el “destino” el que marque la ruta de la humanidad, sino que lo es la acción libre e inteligente de sus integrantes. Esta forma de actuar es la que explica por qué la humanidad ha alcanzado niveles altos de bienestar, y es capaz de corregir errores que comete en ese afán de prosperidad. La historia no está aún escrita; no hay, por tanto, un “fin de la historia” como lo predecía el politólogo norteamericano-japonés Francis Fukuyama en su libro publicado en 1992 “El fin de la historia y el último hombre”.
El poeta y filósofo bengalí Rabindranath Tagore, Premio Nobel de literatura en 1913, se manifestó radicalmente en contra de la tiranía de “las costumbres y las tradiciones”, defendiendo con energía las libertades individuales; al igual que lo hace Karl Popper en su extenso libro ya mencionado “La Sociedad Abierta y sus enemigos”, en el que éste autor concluye que los que guían intelectualmente a los verdaderos enemigos de la democracia liberal, en la que la preeminencia la tiene la persona humana, son aquellos tres filósofos que no creyeron que el hombre puede escapar de lo que se considera “el destino”. Esa democracia liberal es la que se sustenta en un Estado de Derecho Constitucional; en un gobierno representativo y pluralismo político; en donde las libertades individuales y colectivas son respetadas (de expresión, de culto y asociación), y en donde todos son iguales ante la Ley.