Hace pocos días, en un diario local, (Prensa Libre, martes 17 de julio) la superintendente de la SAT anunció que en los últimos ocho meses (octubre a junio), la recaudación por concepto de IVA aumentó en un 41 por ciento en relación a los mismos ocho meses del año anterior. Verdaderamente una noticia positiva que evidencia no solo la capacidad de la superintendencia para lograr el cierre de algunos de los “agujeros” de corrupción existentes en el sistema, sino, y sin duda lo más importante, demostró con hechos que no es cuestión de subir la tasa impositiva, como algunos proponen, sino de hacer cumplir las actuales tasas basados en ley. Claro que hoy se cuenta con una ley anti-evasión, y por los resultados se ve que su aplicación está siendo eficaz. Según la superintendente, el incremento derivado de esta mejor recaudación equivale a que se hubiese aumentado el IVA a un 13.5 por ciento; y tomando en cuenta que la evasión de IVA es aún de un 28 por ciento, se puede inferir que con la recta aplicación de la ley se podrá llegar fácilmente al equivalente de un 15 por ciento, meta a la que se aspira desde hace algún tiempo.
Pero lo que más me llamó la atención de esta noticia fueron los datos contundentes, que informan la recaudación de IVA por departamento. Así, para el departamento de Guatemala la recaudación fue de prácticamente Q4 mil 400 millones, siguiéndole la del departamento de Escuintla con Q79 millones y la del departamento de Quetzaltenango con Q74 millones. Es decir, que para el total de casi Q4 mil 800 millones recaudados en los ocho meses indicados, un 92 por ciento lo aportó el departamento de Guatemala, mientras que los departamentos de Escuintla y Quetzaltenango, segundo y tercero en volumen de aportes, recaudaron únicamente un 1.6 y un 1.5 por ciento respectivamente. Hay que aclarar que parte de la recaudación de IVA en el departamento de Guatemala corresponde al tributo retenido por exportaciones, que realmente se producen en todo el territorio nacional, pero en todo caso es una cantidad que no pasa de un 8 por ciento del total, monto que repartido en los 22 departamentos del país no cambia significativamente los aportes de cada departamento.
Este dato por si solo demuestra el enorme desbalance que existe entre la metrópoli capitalina y el resto del país. Así, si añadimos al anterior otros datos, como el de los créditos concedidos por la banca privada al sector privado que en casi un 90 por ciento se concesionan en la metrópoli capitalina; el que más de la mitad del Producto Interno Bruto se produce en la metrópoli capitalina; el que la inversión social que hace el Estado por habitante es de casi un 30 por ciento más en los de la metrópoli que en los del interior. Entonces nos explicamos por qué la pobreza en el interior del país es mucho mayor, y especialmente el porqué de la continua e imparable emigración a la capital.
El crecimiento desmedido de la metrópoli capitalina en relación al resto del país es un error estratégico muy peligroso para el Estado guatemalteco, pues, por una parte hace cada día más difícil la vida para los ciudadanos de la capital, y por la otra reduce las posibilidades de un crecimiento equilibrado del resto del país. Y lo preocupante es que la tendencia es a un mayor crecimiento de la capital y sus áreas de influencia, especialmente si se siguen haciendo grandes obras de infraestructura en ella. La macrocefalia, como sabemos, es una enfermedad incurable en los humanos; y ese nombre se aplica perfectamente a lo que sucede en Guatemala.
Hoy, que los candidatos organizan sus programas de Gobierno, es un buen momento para que planteen propuestas viables pero radicales que reviertan la tendencia actual, con políticas que obliguen a un ordenamiento del territorio nacional, con proyectos concretos de inversión en infraestructura en grandes proporciones, la cual puede ser viable en la medida que se legisle a favor del sistema de alianzas público-privadas. Además de ello, deberá facilitarse zonas francas para promover inversiones productivas en el interior, y cualquier otra estrategia que genere empleos. Y por supuesto, invertir más en desarrollo humano en los habitantes de las comunidades del interior, especialmente en salud, educación y capacitación para el trabajo. Si no se toman medidas drásticas en el sentido de promover el desarrollo del interior del país, la vida en la capital será cada vez más agobiante, y en el interior más insufrible. Y ello llevara a un malestar social con consecuencias más graves que muchas de las que hemos vivido en el pasado. Es tiempo de actuar sin dilaciones y con visión de Estado, de un Estado que incluye a todo el territorio.