Es ampliamente reconocido que una de las causas por las cuales los pobres caen en pobreza extrema es debido a desastres provocados por la naturaleza, entre ellos las sequias, los deslaves, los huracanes, las inundaciones y los terremotos, fenómenos estos que se han incrementado a causa del cambio climático y del mal uso que los humanos hemos hecho de la tierra, sobre-explotándola, provocando los hoyos de ozono, las basuras radioactivas y la lluvia ácida; o contaminándola como consecuencia del excesivo consumo de energía para lo cual se combustionan descomunales cantidades de petróleo y carbón mineral para satisfacer comodidades humanas, especialmente en los países más desarrollados y por tanto más contaminadores, como son Estados Unidos de América y Japón. La combustión de éstos energéticos genera bióxido de carbono y óxidos de nitrógeno que provocan una capa que se conforma como la de un invernadero, impidiendo la salida al espacio exterior del calor y de la energía infrarroja, que retornan a la tierra por reflexión, produciendo calor y con ello un aumento de la temperatura, lo que está provocando, entre otros problemas, perdida de la biodiversidad.
Estos son los temas que se abordan estos días en la Cumbre que sobre medio ambiente se realiza en Copenhague, y que a Guatemala compete por cuanto ha sido catalogada como uno de los diez países más vulnerables y de mayor riesgo a los desastres naturales, lo cual obliga a que se tome acciones desde cada Municipio, involucrando a los ciudadanos y gobernantes locales en el diseño e implementación de planes de ordenamiento territorial, de identificación y mitigación de riesgos; y desde el Gobierno central, en la gestión de recursos, especialmente conseguir parte de los 10 millardos de dólares anuales que donarán los países más contaminadores al servicio de los más vulnerables, pues los recursos para reducir los riesgos pueden ser cuantiosos, debido a que seguramente se requerirá de movilizar comunidades ubicadas en sitios considerados de alto riesgo, como se hizo con el Palmar, Quetzaltenango, a finales de los 80, o con Santa Catarina Ixtahuacán en Sololá a principios de la década pasada; o de garantizar la seguridad alimentaria en el denominado “corredor seco”.
El tema medioambiental fue abordado por vez primera en 1972 en la Conferencia de Estocolmo, en la que la temática ambiental o ecológica amplió su cobertura y percepción, incluyendo lo social como un ámbito trascendental para la conservación de la vida y el ambiente. Más tarde, en julio de 1992 se llevó a cabo la reunión de Rio de Janeiro, acordando la Agenda 21, que luego sería asumida como el “Protocolo de Kioto”, instrumento que no quiso signar el país más contaminador: los Estados Unidos bajo el gobierno del ex presidente Busch. Se espera que ahora, en la reunión de Copenhague que concluye mañana 18 de diciembre, Estados Unidos y los países emergentes y muy contaminadores, China, India y Brasil se comprometan con el destino del globo y, especialmente, con los millones de seres humanos que sufrirán trasladándose, sin ellos saber las causas, de la categoría de pobres a la de extremadamente pobres, a causa de los desastres naturales derivados de los cambios en el clima.
El tema climático es en definitiva un asunto de sobrevivencia de la humanidad, a la vez que técnico y político; de ello se deriva su complejidad.