Cuando yo era adolescente, allá por la década de los años 50, se puso de moda un alegre merengue, que jóvenes y viejos bailaban con alegría, en toda la América hispana, a la vez que entonaban la letra que, como en estribillo, repetía: a mí me llaman el negrito del barey/porque el trabajo para mí es un enemigo/, el trabajo lo hizo Dios como castigo/… Y sea por la letra, o por algunas otra causa, para muchos latinoamericanos la idea ha quedado muy grabada. Idea errónea por cierto, pues, en todo caso, lo que dice el primer libro del Génesis es que, como trabajadores, estamos obligados a completar ese gran proceso de la Creación, El Hombre fue creado por Dios para que trabajara, dominando de este modo la Tierra…
Y es de tal trascendencia la apreciación que se tenga del trabajo, que el desarrollo de un pueblo, y su porvenir en general, estará relacionado con la vivencia que se tiene del sistema de trabajo. Así por ejemplo, los asiáticos avanzan porque quieren y saben trabajar. Otro tanto se puede decir de los germano e, incluso, de los norteamericanos. Pero lo contrario sucede a los rusos, a los africanos y, en buen medida, a los latinoamericanos, que, o no quieren, o no saben, o no pueden trabajar.
El proceso histórico que ha seguido el trabajo contempla, en primer lugar, la esclavitud, pasando luego por la servidumbre medieval. De ella, ya en la Revolución industrial, se pasó al proletariado, y hoy se vive la primacía del trabajo en la empresa y, por supuesto, aún falta avanzar. Para la ciencia económica el trabajo es el acto básico de la producción, y la técnica no es más que trabajo más productivo, perfeccionado. Y el capital no es más que trabajo acumulado. Estas razones explican y justifican la primacía del trabajo.
En nuestra tierra, si nos remontamos a la historia Maya, encontramos que la sociedad usó el modo de producción asiático, altamente tributario, y la gran mayoría de personas trabajó, en propiedad comunitaria y privada, en la producción agrícola, en la recolección, en las artesanías y en el comercio, para tributar a la elite guerrera y religiosa, y una pequeña proporción para su sobrevivencia. Pero trabajó fuertemente, y las evidencias quedaron. Y en la actualidad, vemos cómo el descendiente de los mayas sigue siento un trabajador pertinaz, dedicado, aun cuando no siempre eficiente, debido, básicamente, a la poca tecnología y capacitación recibida. Y el guatemalteco en general comparte esta situación. De manera que en nuestro caso se puede asegurar que el tema no es falta de deseo de trabajar, sino más bien de no poder (por falta de oportunidades), o no saber (por la escasa capacitación y tecnificación).
Para una mejor valorización del trabajo, es básico destacar que éste incluye tres significados: uno objetivo, uno subjetivo y un tercero trascendente. Y cuando no se integran los tres, se presenta una deficiencia que frena el desarrollo de la persona, de la empresa (o institución) y del país. Veamos cada uno de los significados.
El sentido objetivo del trabajo se evidencia en la forma como éste se ha ido perfeccionando con el tiempo, a través de la tecnología. Está en relación a la forma en que se ha ido facilitando y haciendo más productivo. El otro sentido, el subjetivo es el que nos recuerda siempre que el sujeto del trabajo es el hombre, quien da sentido al trabajo y quien, al final, es la razón del trabajo. Y en estos dos sentidos, el objetivo y el subjetivo, se da ya una diferencia sustancial. Así, para los marxistas, que fundamentan su desarrollo en la civilización de lucha de clases, el único significado del trabajo es el objetivo, en cuanto al materialismo económico, y su acción redentora del Estado. Y en las sociedades libres ya se contempla el otro significado, el subjetivo, en el que se da supremacía al hombre, y no sólo al Estado.
Pero está también el tercer significado del trabajo, el trascendente, que tiene que ver con la relación a valores más altos para el trabajo, como son la familia, la empresa, y la religión. Razones que hacen que el hombre-trabajador, se esfuerce un poco más, el plus. A este respecto, los protestantes, inspirados básicamente por Calvino, relacionaron desde sus inicios el trabajo con Dios, y consideraron que el éxito y perfección de sus labores estaría en función del favor divino. Y hay quienes consideran que esta visión del trabajo ha sido uno de los principales causante del desarrollo de los pueblos protestantes, los germanos, sajones y anglosajones, entre otros. Y, por otro lado, se piensa que el subdesarrollo de nuestros países, fundamentalmente católicos, tiene relación a la concepción que por acá se tiene del trabajo y de la sociedad en general. Como la letra de aquel merengue de los años 50.
Pero realmente no es así, la Iglesia católica, especialmente desde el papado de Juan Pablo II, nos ha recordado, en diversas encíclicas, que dentro de los principios básicos de la doctrina cristiana hay un factor clave: el trabajo. Y en su encíclica Laborem Exercens, Juan Pablo II nos dice que el trabajo es una dimensión fundamental de la existencia del hombre sobre la Tierra, que actúa en cada hombre concreto como sujeto humano consciente: le forma, le educa, le une con los demás, le perfecciona, le autorrealiza.
El fondo de nuestro problema de subdesarrollo está en el valor y eficacia que le damos al trabajo. Si nos quedamos con una concepción puramente objetiva, materialista, no avanzamos, como los marxistas. Y si sólo le damos la subjetiva, como la ven muchos sindicalistas, frenamos el desarrollo sostenible. Pero si le sumamos el factor trascendente, entonces sí que podremos dimensionar adecuadamente el trabajo, sumándole sus diferentes aspectos, como el relacional, que hace que la persona se proyecte al mundo exterior; el de la autorrealización, cuando el trabajador puede, en libertad, ponerle algo propio al trabajo; y, muy importante, el espiritual, al darle al esfuerzo del trabajo diario un valor sobrenatural, que se convierta como en una oración, como ya lo reveló el Opus Dei, al proclamar la existencia de una llamada universal a la santidad, por medio del trabajo y de los deberes ordinarios del cristiano.
Esforcémonos porque en Guatemala haya suficientes oportunidades de trabajo, que incluyan la posibilidad de capacitarse en el mismo. De esta manera estamos facilitando la realización de la persona, y de la sociedad completa. El elemento humano tiene toda la potencialidad, es cuestión de proveer trabajo y capacitación. Y para esto, nada mejor que más y mejores empresas.