La cultura, ese complejo de creencias, tradiciones y formas de ser y hacer de una comunidad, se va modelando con los acontecimientos diarios, sean estos reales o percibidos. Por ello se dice que las culturas son “fluidas”. Así, se puede formar una cultura de solidaridad, cuando a las personas se les inculca una actitud de servicio, de compartir, de apoyar a sus conciudadanos. O se puede formar una cultura de violencia o confrontación, cuando se promueve la percepción de un inminente riesgo, de ver en el otro al enemigo. Igualmente, se puede conformar una cultura de pobreza, cuando se insiste en que “somos pobres”, y por tanto se hace necesario que alguien más, el Estado normalmente, prodigue los medios de subsistencia.
Sin negar la realidad de una pobreza que mueve a la solidaridad y a la búsqueda de medios adecuados para su abatimiento, debo decir con preocupación que últimamente el tema se está utilizando para fines políticos, clientelares por cuanto se utiliza para movilizar masas; e indignos, tomando en cuenta que la esencia de la persona humana es su dignidad, por ser la criatura más elevada de la creación. Y como parte esencial de esa dignidad está el ser autosuficiente. Aun con minusvalías, las personas se esfuerzan por valerse por sí mismas. Esta es una realidad indiscutible, y que debe prevalecer sobre otras consideraciones.
La acción de regalar desde el Gobierno en forma indiscriminada a las personas por considerarlas pobres es un error, lo propio y adecuado es apoyarlas en su esfuerzo. Las comunidades prosperan con sano orgullo y de manera sostenible, cuando se les otorga a sus ciudadanos oportunidades de salud, educación y trabajo.
Sería ciego si pretendiera negar la pobreza y extrema pobreza existentes, pero en mi opinión el resaltarla como argumento político conlleva intereses que a los verdaderamente pobres les hace más daño que favor. Y por añadidura permea en la conciencia colectiva como un argumento central, haciendo considerar a la ciudadanía en general como pobre, y lo peor, como sujeta a recibir del Estado las ayudas en bolsa.
Preocupa comprobar que lo que se pretende es una copia de programas que en países como Brasil han funcionado bastante bien. La gran diferencia es que en esos países se acompaña a las ayudas sociales, que allí son focalizadas a los que verdaderamente lo requieren, con un fuerte componente de promoción de empleo, mediante la facilitación de inversiones productivas para que sean las empresas las que fortalezcan el sistema económico, sostén único a largo plazo para el abatimiento de la pobreza.
La verdadera salida de la pobreza se da cuando la persona recibe una educación de calidad, lo cual está muy lejos de ser realidad en el sistema educativo oficial; cuando la persona en su período prenatal y primeros años de vida recibe una ingesta adecuada y la vacunación preventiva; lo cual está lejos de llegar. Cuando se generan oportunidades de trabajo para los jóvenes; de los que apenas un 10 por ciento lo alcanzan.
Una cultura se puede afianzar en la sociedad cuando un acto es repetitivo. Y si, como está sucediendo se repite a la saciedad que Guatemala es un país de pobres, seguramente se formará una cultura de pobreza que puede condicionar la conciencia colectiva.