A partir de los años 50 del siglo pasado se promovió en Centroamérica la estrategia económica de Industrialización por Sustitución de Importaciones, (ISI), con el propósito de compensar las desventajas que representaba la diferencia en los términos de intercambio en el comercio exterior, siempre desfavorables para los países periféricos o “en vías de desarrollo”. Esta experiencia concluyó en la década de los 70 sin mayor éxito y con unas industrias protegidas que no alcanzaron ni la productividad necesaria, ni la calidad de sus productos para competir en un mercado abierto.
Hoy nuevamente se vuelve a escuchar en algunos foros la argumentación de lo desfavorable de los términos de intercambio. Se dice, como ejemplo, que cada año hay que exportar más sacos de café para importar los mismos bienes, y se aduce los mismos argumentos de los años 50, como los planteó en su momento la CEPAL, acusando a los países desarrollados de aprovechamiento.
Cabe cuestionarnos ¿será de ellos la culpa de esta ingratitud?. Francamente creo que no, pues la causa primigenia está en que los países que invierten en investigación y desarrollo son los que le agregan valor a sus productos, mientras que los que seguimos exportando materias primas y no les hemos agregado valor no podemos esperar que mejoren sustancialmente y en términos relativos los precios en los mercados internacionales; baste ver el comportamiento histórico de los comodities a precios constantes.
Nos queda pendiente, por tanto, innovar y desarrollar tecnologías para transformar las materias primas y exportarlas con mayor valor agregado, para lo cual hay que promover y facilitar la investigación, la cual debe también ser útil a otras actividades humanas, sean o no productivas.
La investigación escudriña en la ciencia para conocer en sus comportamientos aspectos que pueden ser útiles a los humanos. Así, hay investigación “pura”, que es aquella que no busca una aplicación concreta a sus análisis. Hay investigación “aplicada”, que intenta soluciones a problemas concretos; y hay la investigación “apropiada”, que con recursos limitados y disponibles construye propuestas que sirvan para mejorar la productividad y eficiencia de diversas tareas humanas. De ella se desprenden las “tecnologías apropiadas”, tanto suaves (procesos) como duras (aparatos), que sirvan para mejorar la productividad y eficiencia de diversas tareas humanas.
Siendo que en Guatemala no hay suficientes recursos ni una cultura de investigación ni instituciones especializadas, los recursos con que se puede contar son las universidades que tienen como propósito central, además de la formación profesional, la investigación y la proyección social. En Guatemala apenas se invierte en Investigación y desarrollo (I+D) un 0.06% del PIB, mientras los países desarrollados invierten cerca del 2% del PIB. Se trata, entonces, de construir alianzas más sólidas entre la academia, las empresas y otras organizaciones de la sociedad, para definir proyectos de investigación que sean útiles a la ciudadanía, a sabiendas que el cambio tecnológico y la productividad son fuente de competitividad y soporte del fomento productivo y desarrollo tecnológico.
Así lograremos fomentar la cultura de investigación y, con el tiempo, generar formatos que agreguen valor a los productos de exportación para que nuestros términos de intercambio nos sean más favorables, y como consecuencia lograr un mayor crecimiento de la economía. Adicionalmente se puede lograr que los trabajos que actualmente ejecutan los guatemaltecos sean más productivos, obteniendo con ello mejores resultados con el mismo esfuerzo e insumos.