Las instituciones son patrones de comportamiento dentro de las sociedades, que funcionan de manera estable, es decir, que persisten en el tiempo. Son las “reglas del juego” de la sociedad, y por su importancia fundamental, se estiman como un patrimonio compartido por ésta. No son, por tanto, efímeras ni meros adornos en la vida social, pues tienen efectos, incidiendo de manera significativa en el comportamiento de las personas.
La democracia liberal que se construye en nuestro país se debe sustentar en un Estado de derecho, que no es más que el reino de las reglas, la institucionalidad, esto es, el funcionamiento de las instituciones. El autoritarismo, en contraposición, es el reino de la arbitrariedad. De tal cuenta que en un sistema democrático, la política se debe someter a reglas formales de procedimientos, y solamente son válidas las decisiones que se apegan a estas reglas.
Pero vemos que en la práctica guatemalteca no son siempre las reglas formales las que orientan a la sociedad y especialmente a la política y sus representantes, sino que son fenómenos como el clientelismo, el caudillismo y la corrupción los que la dominan. El hombre es naturalmente social, es intrínseco en él vivir en sociedad. Ya hace 4 mil años que Aristóteles en su Política manifestó: “El que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia autosuficiencia, o es una bestia”; y dejó un enorme legado a la humanidad al definir que la justicia, el respeto a la ley, la seguridad, la educación y los valores son los bienes que constituyen el fin de la vida social; todo ello para que la persona pueda alcanzar la felicidad, su fin último. De tal manera que el hombre organiza la sociedad, en la que cada quien asume sus tareas, y de esa manera se va estructurando un sistema de convivencia.
La vida social requiere de la autoridad política, autoridad que se fundamenta en el intercambio de un conjunto de razones dialogadas, de tal modo que la razón victoriosa no es la que se impone por la fuerza, sino mediante la persuasión racional, en la que las personas hacen suyas las tareas que les competen por adhesión voluntaria. Caso contrario es cuando se trata de imponer la autoridad despótica. De manera que la autoridad política es tal, cuando se facilita para que los miembros de la sociedad cumplan sus tareas de modo humano, racional, voluntario y solidario.
Una institución es tanto más fuerte cuantos más medios tenga para obtener sus fines y defender sus valores, para lo cual se requiere que el que manda y el que obedece compartan las razones y los fines de la tarea común. Desafortunadamente, los guatemaltecos por lo general no confían en las instituciones; una reciente encuesta determinó que menos del 30 por ciento de la población confía en la Policía, el Ejército, la Prensa, los partidos políticos, la empresa y las ONG; y únicamente un 55 por ciento confían en las instituciones educativas. Solamente la Iglesia, como institución, cuenta con una confianza ciudadana aceptable, de un 72 por ciento.
Siempre se ha reconocido que la institución básica de la sociedad es la familia, constitutiva del hogar como lugar en que la persona crece y se relaciona; pero más de 14 mil jóvenes guatemaltecos integran 434 pandillas, fundamentalmente por la razón de crecer sin padres. Otra institución es la economía, que mediante el trabajo y sus instrumentos permite a la persona lograr los medios para satisfacer sus necesidades; pero el 51 por ciento de los guatemaltecos viven en la pobreza, y más de un millón y medio han tenido que emigrar por no encontrar oportunidades de trabajo en el país. Otra institución importante es el sistema educativo, que capacita a la persona para desempeñarse en sociedad de manera humana, dotándole de una profesión; pero menos del 30 por ciento de los jóvenes concluyen la secundaria, y en promedio el guatemalteco sólo asiste cuatro años a la escuela. Otra es el sistema de justicia, que sirve a la sociedad y a la promoción de las instituciones comunitarias; pero la violencia es tal que son asesinadas 47 de cada 100 mil ciudadanos, y son miles de casos en que la persona se hace justicia por su propia mano.
Urge, por tanto, fortalecer las instituciones, lo que se logrará en la medida que se fortalezcan los valores que las sustentan, y que tienen en el caso guatemalteco su raíz en las tradiciones judeo-cristianas y mayas de nuestra sociedad. Debemos buscar en esas tradiciones los elementos que nos permitan superar el torbellino de violencia, de corrupción, de impunidad y de egoísmo que hoy prevalece en la sociedad y que nos puede llevar al caos y a la pérdida total de la institucionalidad básica para vivir en armonía civilizada.