“La responsabilidad de darle un nuevo giro al país es de las élites”.
Marzo 2008
Puede resultar ocioso recordar en estas líneas la gravedad y variedad de las problemáticas que sufre nuestro país, pero el no tenerlas presentes, y sobre todo el no intentar proponer soluciones, sería irresponsable. Esas dificultades por las que atraviesa Guatemala las encontramos en cualquier orden de la vida: en lo social con los indicadores vergonzosos de pobreza y corrupción; en lo económico con los altos niveles de desempleo y de informalidad; en lo político con la falta de partidos propositivos y abiertos a la participación; en lo cultural con la discriminación y divisionismos permanentes de carácter étnico o religioso; en lo medio ambiental con la deforestación y contaminación de la naturaleza.
Si bien es cierto que estas son problemáticas que arrastramos desde hace mucho tiempo, también lo es el hecho de que no solo no se les ha dado solución, sino más bien, se han diferido para que “el tiempo las resuelva”. Una razón por la cual esas soluciones no llegan es debido a la actitud generalizada de esperar que el Gobierno resuelva, o que venga el líder carismático habilidoso.
Nuestro débil sistema político nos ha acostumbrado a la presidencialitis, que sugiere que de allí vendrán las soluciones; o de leyes que muchas veces se redactan y cobran vigencia en el aire, sin más sustento que el interés de grupos que manipulan las decisiones congresiles.
Por todo lo anterior, los guatemaltecos nos hemos acostumbrado a no ver más allá de lo inmediato, hemos estado carentes de la prospectiva que permita visualizar futuros posibles y deseables para la sociedad. Esa visión cortoplacista, propia de una cultura individualista y materialista, no permite ejercitarse en el debate público sobre los temas estratégicos de la nación, muchos de los cuales serán inmanejables a mediano plazo, si no es que lo son ya.
Mientras tanto ciertos “líderes” han aprovechado ese vacío para hacer de las suyas, y bajo engaños y coacciones han ido logrando ventajas espurias a costa del bien de la sociedad, tal como en los casos de las últimas invasiones en Izabal, o los manipuleos magisteriales en contra de la participación genuina de los padres de familia en el sistema educativo. Esos “líderes” han encontrado coro en grupos de personas ignorantes o mal intencionadas que les siguen.
La responsabilidad de darle un nuevo giro a esta actitud corresponde a las élites, las que, en el sentido que las definió el sociólogo Wilfredo Pareto, “están compuestas por todos aquellos que manifiestan unas cualidades excepcionales o dan pruebas de aptitudes eminentes en su dominio propio o en una actividad cualquiera”. De manera que forman parte de las élites aquellos que, por su trabajo o por sus dones naturales, conocen un éxito superior al término medio de los demás hombres.
No nos referimos acá a la otra concepción que se ha dado a las élites, un tanto peyorativa, como la plantea Gaetano Mosca y de uso bastante común: “La élite está compuesta por la minoría de personas que detentan el poder en una sociedad, asimilándolo entonces a una clase dirigente o dominante”. Existe toda una tipología de élites, que incluye a las tradicionales, entre las que se incluyen las aristocracias; las tecnocráticas, que lo son por cuanto electas y asignárseles legalidad; las de poder económico, que ejercen influencia por el capital y propiedades que ostentan; las carismáticas, a las que se le atribuyen ciertas virtudes mágicas o cuasi mágicas; y las ideológicas, que participan en la definición de una ideología o la difunden. Puede resultar ambiguo hablar de élites si no se hace la diferenciación enunciada, por lo que para el presente artículo nos referimos a la definición que hace Pareto, y a las élites de cada segmento tipológico, pues cada una de ellas puede ejercer una importante acción en su ámbito, dada la influencia que ejercen.
La esperanza es que las élites tomen conciencia de su responsabilidad ante el futuro, de manera que asuman el liderazgo intelectual o material que les concierna. Así, las élites ideológicas deben construir y proponer futuros cambios de la estructura social, a partir de problemáticas identificadas. Las élites económicas deben asumir su responsabilidad de inversión; las carismáticas a proponer elementos que fortalezcan la identidad nacional; las tecnocráticas a la formación de servidores del Estado capaces. Está comprobado que las élites han contribuido a la acción histórica de la sociedad por las ideas que aportan y por lo que simbolizan. Nos urge en Guatemala que las élites asuman su responsabilidad y activen en nuestra sociedad las ideas y las acciones que sirvan de fermento para los cambios que necesitamos.
Es, sin duda, el tiempo de las élites, que en definitiva actuarán mejor que unos líderes espontáneos y oportunistas.