Habría que decir que la “gobernabilidad“, es un término acuñado en el Banco Mundial, y que en los últimos años ha sido de uso frecuente en la discusión política de muchos países, y se refiere, en su sentido más amplio, a la práctica efectiva de gobernar, es decir, a promover y sostener un ambiente social en el que la democracia política funcione, un ambiente en que la sociedad conviva pacíficamente permitiéndoseles a las personas alcanzar sus aspiraciones espirituales e intelectuales, y que permita que las personas mejoren su calidad de vida, incluyendo a sus ingresos económicos.
Pero, ¿cómo se logra la gobernabilidad de un País?
Pues, fundamentalmente, la gobernabilidad la da la credibilidad que la población tiene en su gobierno. Y la credibilidad no es algo que se imponga, sino que la da la honestidad y transparencia demostrada en el manejo de los recursos públicos.
Y además de la credibilidad, otro elemento básico de la gobernabilidad, es la legitimidad, la cual depende, en buena medida, de la eficiencia con que el gobierno hace el gasto del sector público, y el buen rendimiento económico en general. Al final, una buena gobernabilidad se define, y se mide, con el crecimiento económico. La Gobernabilidad tiene que ver, entonces, con la estrategia de desarrollo que se haya optado, y hasta con asuntos externos, como la economía mundial.
En el tema de la gobernabilidad se mide también la coherencia de las políticas de Gobierno, pues no hay nada que provoque mas desconfianza que el ir “dando bandazos“. La discrecionalidad y arbitrariedad en las decisiones del Gobierno son fatales para la confianza en un régimen. La credibilidad la da, también, la consistencia entre lo que se propone como políticas públicas y lo que se hace después.
La gobernabilidad es también la capacidad de colocar a la gente en sus esferas formales (a cada mico en su columpio). Esto es algo diferente a lo que hemos tenido, en que la política la han hecho los grupos de poder que no necesariamente han sido electos para gobernar.
Y un complemento a la gobernabilidad, es que se debe garantizar un mecanismo cíclico de escrutinio, y un “balance“ proveniente de la autonomía y contrapesos con los otros organismos del estado, y, por supuesto, el respeto al Estado de Derecho.
Y para saber si en un Estado hay gobernabilidad, le forma en que se mide es en el acatamiento de la autoridad, la cual deviene del nivel de cohesión social que se tenga en la sociedad, de la cultura política y, sobre todo, de los canales de expresión política (sean partidos o comités).
Pero el punto álgido, medular, es el de la percepción, es decir, la forma en que la población perciba al gobierno. Y así, según la opinión que se forme la población, será el apoyo o rechazo que este pueda dar al Gobierno. Y en la percepción puede influir la “suerte“ del gobernante, pues si le corresponde gobernar en un periodo de auge económico (quizá por los precios del café, o por una mejoría en la economía mundial), el pueblo estará sintiendo una mejoría en su economía, y pensarán y percibirán que hay un buen gobierno, (cuando a lo mejor es todo lo contrario).
La percepción también puede ser “manejada“ por el Gobierno, haciendo creer a la población que se está haciendo lo que en realidad no se hace. Y en esto la demagogia juega un papel tristemente importante. Aunque tarde o temprano aparecerá la realidad desnuda, y entonces vendrá la frustración y el malestar social que degenera en malestar político.