Coloquialmente se suele decir que para que una persona cambie de actitud cuando se encuentra en situación decadente, ésta debe “tocar fondo”. La misma expresión se puede utilizar para describir lo que debe suceder a una sociedad para que ésta salga del letargo, o de una situación problematizada como es el caso de nuestra sufrida Guatemala.
Estimo que en nuestro país estaremos “tocando fondo” cuando la economía llegue a su situación más crítica, lo que, agregado a la incontrolable violencia, a la vergonzosa impunidad, al descredito e incapacidades demostradas por el sistema político, a la captura del territorio nacional por el narcotráfico, al peligro que significa el retorno de líderes políticos corruptos y a la pobreza creciente, obligarán a la búsqueda de soluciones alternativas radicales.
Algunos líderes, los menos afortunadamente, argumentan que esa radicalidad llegará de manera extrema, saliéndose incluso del cauce democrático, lo cual sería además de inaceptable sumamente riesgoso; otros, la mayoría, quisiéramos que los cambios urgentes fueran ordenados dentro de la civilidad y el aporte de la ciudadanía, especialmente de los liderazgos más capaces y buscando mecanismos que permitan la participación de tal manera que todos los ciudadanos se sientan parte del esfuerzo. La situación lo amerita, y puede ser causa de unirnos para enfrentar los grandes desafíos que ponen en riesgo la convivencia civilizada en Guatemala.
Para lograr este urgente cambio, en mi opinión, lo primero es esforzarnos por construir la noción de Nación guatemalteca, a manera de lograr una identidad nacional, esfuerzo que puede propiciar el que los ciudadanos participen con decisión en la búsqueda de soluciones para todos los temas que preocupan y agobian.
Considero que una de las causas de nuestra debacle es la falta de conciencia ciudadana, de saberse parte de un Estado que merece nuestro rotundo y abnegado esfuerzo. Y éste es, en definitiva, el sentimiento de no contar con una Nación, es decir, con una comunidad política y culturalmente determinada, basada en la creación del consenso y del pacto social como elementos vinculadores. La Nación, una vez concebida y asumida por la ciudadanía, disminuye las diferencias y contradicciones que inhiben la integración social, constituyéndose en la entidad que permite subsumir de forma legítima la pluralidad y la diversidad.
Formar Nación coadyuva a la integración y homogeneidad cultural, lo que legitimiza el sistema social permitiéndole así una mayor integración al dar a sus ciudadanos el reconocimiento de ser parte de una misma comunidad. Los componentes o elementos que constituyen la Nación son, entre otros: la tradición, una lengua común, una historia compartida, mitos compartidos, relaciones de parentesco, símbolos y una memoria colectiva.
Una de las vías que se ha utilizado en otros contextos para la formación de Nación ha sido el “nacionalismo”, como lo hizo México a inicios del siglo pasado, pero hay que advertir que con esta estrategia se corre el riesgo de utilizarla como medio confrontativo, en vez de utilizarlo como medio de crear alianzas y referentes comunes de identidad. El nacionalismo, como todos los “ismos” (fascismo, comunismos, etc.), puede resultar en un elemento de esclavización y servidumbre. Por tanto no es el medio aconsejable para construir la noción de Nación.
Para construir la Nación que aspiramos y que nos permita salir de la situación actual se requiere que exista una convocatoria que estimo debiera surgir de un grupo de notables, de esos que constituyen la reserva moral del país. Estos líderes podrían trabajar los elementos de futuro de la Nación, basándose en los valores comunes, para luego proponerlos a su discusión.
Lo anterior en virtud que las entidades obligadas a ello, los partidos políticos, no cuentan con la idoneidad necesaria para una tarea tan compleja y trascendente como la que se propone.
Urge construir la noción de Nación; para ello debe existir una claridad y consensos básicos sobre lo que interesa y conviene para el presente y el futuro del país.