Ya Thomas Hobbes, filósofo ingles del siglo XVI, en su Leviathan advertía que “la vida sin un Estado capaz de mantener el orden seria como una existencia solitaria, pobre, cruel, embrutecida y breve“. Y su influencia en la conformación de los estados europeos fue importante, por sus escritos y su amistad con Bacon, Galileo y otros pensadores de la época.
Asi, el crecimiento del Estado ha sido verdaderamente espectacular, hasta llegar a ocupar, prácticamente, todos los espacios de la vida, y esta expansión ha sido tan grande, que muchas veces ha provocado que ya no sea, ni siquiera, capaz de cumplir lo que de él se esperaba.
En la historia humana se ha reconocido el papel del Estado en la provisión de bienes y servicios públicos, como la defensa, la seguridad, la infraestructura pública, y hasta la educación y salud. Pero en donde ha habido más controversia es en cuanto a si el Estado debe o no participar en la dirección de la producción y la productividad y, especialmente, en su fomento. Nuestra herencia colonial mercantilista nos ha dejado marcados en ese sentido, pues esa corriente económica consideraba fundamental que el Gobierno dirigiera las actividades comerciales de un pueblo. Sin embargo, la corriente económica que se inicia con Adam Smith propugna por lo contrario. Y esta corriente, fundadora del liberalismo económico, es, hoy por hoy, la que ha demostrado proveer un mejor basamento teórico, y practico, para el desarrollo de un País.
Con la revolución rusa de 1917 se abolió, en aquel país, la propiedad privada, y el Estado fue el rector de la economía, planificándola centralizadamente. Luego, y ya en occidente, con la gran depresión de finales de la década de los 20, los gobiernos entraron a “batear“ para solventar la problemática. Más tarde, y con motivo de la segunda guerra mundial, muchas de las colonias, especialmente en África, pasaron a manos de nacionales, que trataron de dirigir las nuevas naciones desde una visión gubernamental centralizada, haciendo que el Estado se hiciera “sentir“ en la población. En este ámbito se inscribe la propuesta estructuralista de sustitución de importaciones para el desarrollo industrial, en América Latina. O la instauración de economías “mixtas“, en muchas otras regiones del mundo. Y, como consecuencia de ellos, en las décadas del 50 al 90 el peso del sector público en las economías mundiales se duplico.
Pero, con el colapso de la Unión Soviética, y la constatación mundial de la “quiebra“ de miles de las mas grandes empresas públicas de prácticamente todo el mundo, se dio un cambio radical en la conducción de la economía, y, por tanto, un final a la “era del desarrollo“, como se le llamo en sus mejores tiempos. Este cambio del péndulo ha hecho que los gobiernos, convencidos de la inoperancia del sistema anterior, hayan optado por dejar al mercado la conducción de la economía, reduciendo su participación en un tema que, desde los orígenes del Estado, se sabía que le era extraño.
Y para mejor entender, vale mencionar, por lo menos, tres temas en los que el Estado comete errores trascendentes:
• El primer es la incertidumbre. Cuando un Estado cambia constantemente sus normas y legislación, ya no digamos su Constitución, se provoca en la ciudadanía una falta de certeza, que al final hace que cada uno actúe de manera inmediatista en lo económico, y confusa y egoísta en lo social, en detrimento de la solidaridad y confianza fundamentales para el buen funcionamiento de un Estado.
• Un segundo elemento nocivo es la errática intervención en la economía, especialmente dictando normas y manejos macroeconómicos que alejen la inversión y generación de empleo.
• Un tercer elemento es la “excesiva tramitología“, que ha facilitado a la burocracia el plantear “mordidas o coimas“ a los ciudadanos, para la consecución de los servicios públicos. Ha sido, en síntesis, el origen de la corrupción.
Hoy quedan pocas dudas que, por el contrario, el Estado puede promover el desarrollo económico y social de una comunidad actuando en, por lo menos, dos campos:
1. facilitando la inversión generadora de empleo, propiciando un ambiente macroeconómico adecuado y estable, a la par de una normativa que ofrezca certeza a la propiedad y al resto de libertades.
2. facilitando la prestación de servicios básicos de educación y salud, y la infraestructura física básica para el desarrollo económico y social.
De cualquier manera, la gran duda hoy es saber si el mercado y la sociedad civil podrán ocupar el lugar y las funciones que se daban al Gobierno, como representante del Estado. Todo dependerá de que cada quien, gobierno, sociedad civil, sector productivo y ciudadanos cumplan con eficacia sus funciones propias.