Se podría afirmar que los guatemaltecos hemos vivido bajo sistemas de tipo autocrático, los cuales han ido condicionando “una manera de ser“. Esta característica, -casi cultural-, es demostrable, al menos, históricamente. Sino, refirámonos a las diferentes épocas vividas por este territorio de la Mesoamérica, desde la pre-colombina, en que el mandato provenía de una pequeña elite; pasando por la época colonial; hasta llegar a la época independiente, con la sucesión de gobiernos militares, dictaduras y centralismo.
Si a lo anterior agregamos el “machismo“ característico de casi todos los países latinoamericanos, tendremos un dibujo aproximado de esta característica cultural. Esto no quiere decir que estemos condenados al autoritarismo, pues las culturas no son rígidas, sino que éstas se van configurando conforme los incidentes que la sociedad va viviendo en el tiempo.
Y puesto que, como dicho, la “cultura“ autocrática es mutable, y como de hecho, estamos en un proceso de transición a la democracia, entendido como el de “construcción“ de una democracia, se hace necesaria formarnos un criterio en cuanto a la profundidad al que se la quiere llevar, pues, obviamente no hay una receta rígida de democracia para un País, sino que hay, más bien, distintas experiencias de países democráticos. Y en este caso, lo fundamental es tener claro que la democracia no es un fin en sí misma, sino un mecanismo que permite la libre participación para, eso sí, de manera civilizada solventar las diferencias.
Especialmente ahora, cuando entran al escenario político nuevos actores, nuevos grupos de izquierda, una vez encuentren un asidero teórico más sólido en el post-modernismo o alguna otra teoría que surja del debate académico que en estos momentos se está dando, posterior al fracaso del “Estado-rector“.
Dado, pues, que hay diferentes “profundidades“ a donde llegar con el concepto de la democracia, lo que me parece más prudente es que la sociedad guatemalteca las conozca, las discuta e, idealmente, llegue a un acuerdo.
Conviene, también, definir el cronograma que acompañara a la profundización de la democracia, pues aunque se sabe que se requiere de una apertura gradual, esta no debe excederse en el tiempo, pues las sociedades se agotan con las “transiciones“.
Una preocupación adicional, es el desconocer si la disposición a la democracia es algo que se viva adentro de la sociedad guatemalteca, algo interiorizado pues hasta ahora ha sido más bien impuesta por la presión internacional y por la “anuencia“ de grupos militares de tendencia democrática. Un poco al estilo de la “democratización“ de algunos países del sub-este asiático, y, como dicho, habrá, imagino yo, quienes quieren un tipo de democracia, y quienes otros.
La parte más difícil del proceso de construcción de la democracia guatemalteca está en su sostenibilidad. Y no me refiero solo a la que se deriva de la parte política, pues es de asumirse que esta se habrá logrado como consecuencia de la decisión ciudadana y ¡del tiempo transcurrido!, sino la dificultad de su financiamiento, pues la democracia va acompañada de un aumento de las expectativas por una mejora, real y sentida, del nivel de vida.
Sobre este último punto, el de la sostenibilidad de la democracia en relación a su financiamiento, hay evidencia suficiente en la experiencia mundial, de la correlación cinegética entre aumento de la democracia, y el crecimiento económico. Al menos hasta cierto grado de democracia, pues también se ha comprobado que cuando esta es “muy profunda“, el crecimiento económico se desacelera y hasta se detiene, pues las demandas de los diferentes grupos sociales son insospechadas, y pueden absorber recursos económicos (siempre insuficientes), más allá de lo que aconseja una economía equilibrada en su relación gasto-inversión.
Otra experiencia demostrada es que el financiamiento de los servicios “sociales“ que demanda la democracia debe darse por la vía fiscal, y no por la del crédito al Gobierno, pues esta última ha resultado siempre en el asunto que más pone en riesgo a la democracia: la inflación.
Está claro, pues, que el paso de una sociedad autocrática, como creo que ha sido la guatemalteca, a una sociedad democrática, como la que aspiramos, requiere de un esfuerzo muy grande, pues incluye, además, la resolución de temas difíciles que se nos plantean en la coyuntura, como el de la globalización y el nuevo orden económico que nos obliga al traslado, beneficioso sin duda, de una economía dirigida a una de mercado.
Aun así, la transición de un sistema de corte autocrático a uno democrático es algo que vale el esfuerzo. Y la construcción de la democracia, aunque conlleve riesgos, es conveniente para todos.