Recientemente tuve ocasión de escuchar una disertación sobre “el futuro de la democracia”, ofrecida por el Dr. Francis Fukuyama, reconocido politólogo de la Universidad John Hopkins de los Estados Unidos. El Dr. Fukuyama ha escrito varios libros sobre política, democracia y Estado; pero sin duda el que más le ha afamado es “El fin de la Historia y el Ultimo Hombre”, publicado en 1992, para cuyo título tomó el argumento preconizado por Hegel y Marx, quienes plantearon en su momento que la sociedad evolucionaría a un estado de madurez del hombre en que no se necesitaría de gobiernos. Pero la realidad fue otra, y en 1989 con el Muro de Berlín cayó también la utopía marxista; por lo que en su libro el Dr. Fukuyama argumenta que lo que realmente ha concluido es la lucha entre ideologías, dando inicio a un mundo basado en la política y economía liberales, modalidad que se ha impuesto tras el fin de la guerra fría. A esto es lo que Fukuyama ha llamado “el fin de la historia”. Propone Fukuyama, por tanto, que ya no es válido recurrir a utopías políticas del pasado.
En relación al futuro de la democracia, según Fukuyama son cuatro los peligros que la acechan: el islamismo, cuyo sistema de gobierno es una teocracia; la China continental que con su éxito económico puede sugerir que para lograr una economía fuerte se requiere de un gobierno dictatorial; la globalización, que propugna por instituciones “mundiales” que no son democráticas (la Organización de Naciones Unidas y otras); y la que más nos puede afectar en nuestros países: la pobreza y la desigualdad. Por ello propone un nuevo contrato social que ayude a reducir la inequidad, un contrato que incluya más impuestos para las clases media y alta a cambio de una política de gasto e inversión más efectiva y transparente. Esta es la fórmula que sugiere para fortalecer nuestras débiles democracias, amenazadas por un entorno de inseguridad. Pero advierte también Fukuyama que debe buscarse un crecimiento económico para que los programas de alivio de la pobreza sean sostenibles, programas que deben usarse de manera responsable, despolitizándolos.
Según el politólogo, la falta de distribución equitativa de la riqueza es lo que potencia el surgimiento de caudillos, como lo demuestra la historia reciente en los países como Venezuela y otros de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), que realmente no tienen la respuesta a los problemas de la región, pues el socialismo del Siglo XXI que proponen no es diferente al del Siglo XX ya superado. Lo que debe buscarse en un sistema democrático es un desarrollo económico acompañado de un desarrollo social que reduzca las brechas entre ricos y pobres, pero de una manera sostenible en el tiempo.
Recordó el Dr. Fukuyama que la democracia es el sistema político en el cual los gobernantes son seleccionados a través de elecciones limpias y periódicas, por lo que los referéndum no son la vía para fortalecer un sistema democrático. Debe evitarse, por tanto, que políticos astutos usen los medios electorales democráticos para luego perpetuarse en el poder dictatorialmente.
La democracia debe sustentarse en partidos políticos que sean capaces de elaborar diagnósticos, de proponer políticas y establecer objetivos; que tengan la capacidad de convocar y comprometer ciudadanos con filosofías no extremistas que les permita permanecer en el tiempo. Este planteamiento es congruente con partidos políticos que se sitúan en el centro del espectro político-ideológico; e imposible en los “extremistas”.
La democracia es el sistema que se sustenta en las libertades: de expresión, de organización, de religión, entre otras; y en donde existe una real separación de poderes, un estado de Derecho y una cultura de dialogo.
El conocimiento del Dr. Fukuyama sobre las realidades históricas de América Latina avala su opinión.