“La persona es un valor absoluto, distinta a las cosas y a los objetos”
Agosto 2009
El personalismo, denominación con que se conoce la filosofía Personalista, se caracteriza por colocar a la persona en el centro de su reflexión. Esta consideración antropológica realmente no es nueva en la historia humana, pues ya los griegos en su extraordinaria civilización creían en el valor del hombre individual. Ellos sostenían que la persona debe ser respetada no como instrumento de un Estado, o de un señor omnipotente, sino por sí mismo. Sófocles resumió esa manera de pensar en la siguiente expresión: “el mundo está lleno de maravillas, pero nada es tan maravilloso como el propio hombre”.
Las civilizaciones anteriores a la griega, entre ellas la persa, la egipcia y la babilónica consideraron al hombre como un ente menospreciable que se arrastraba ante las deidades y los déspotas. En Mesoamérica, las personas vivieron una semi-esclavitud bajo un rígido sistema tributario; y luego durante la época colonial fueron objeto de la institución de la Encomienda.
La humanidad en su historia ha conocido diversas corrientes filosóficas, todas ellas como un intento por responder a una problemática concreta; se dan, por tanto, en un contexto cultural. Dentro de esas problemáticas, las actuales propuestas filosóficas tienen que ver con la situación de pobreza y desigualdad que vive más de la quinta parte de la humanidad; como también con la problemática de la trata de personas, del narcotráfico y sus consecuencias; con los problemas derivados de las crisis familiares; con los derechos humanos en general. Pero una razón central que dio origen a la filosofía Personalista ha sido la tiranía del socialismo real, y la intención de humanizar el sistema capitalista imperante.
El sistema económico-social que conocemos como Capitalismo tuvo sus inicios desde la época del Renacimiento (concluida la Edad Media), pero realmente explotó con motivo de la Revolución Industrial, y a partir de aquellos momentos ha tenido una vertiginosa expansión en todo el mundo, siendo en definitiva la razón principal de los avances científicos y técnicos que hoy conocemos, así como de la desaparición de buena parte de la pobreza, y de la elevación del nivel de vida de las sociedades en general. Pero a pesar de ser eminentemente individualista, el Capitalismo no ha privilegiado los intereses de la persona concreta; y ello es, sin duda, su mayor debilidad, debilidad que aun cuando se intenta corregir mediante estrategias como la de responsabilidad social, no ha dado una respuesta definitiva.
En sus primeros momentos el capitalismo fue verdaderamente in-humano; al propósito, el gran novelista inglés Charles Dickens (1812-1870) nos legó en sus magníficas novelas historias desgarradoras de la explotación de hombres, mujeres y niños en la Europa de los primeros años de la denominada Revolución Industrial.
Más tarde surgió el Marxismo como respuesta a esa situación, con una propuesta que no planteaba “comprender” el mundo de su época, sino transformarlo mediante la lucha de clases, utopía que pronto se convirtió en una maquinaria esclavizante y cínica, que intentó, y aun intenta, perpetuarse en el poder por diversos medios, aniquilando para ello a sus opositores y la libertad de los ciudadanos de los países en que se implanta.
Pero el Marxismo no es el único totalitarismo que la humanidad ha conocido en la era moderna, también el nazismo y el fascismo han formado parte de esas propuestas que, antropológicamente no tienen más asidero que la fuerza bruta, aun cuando, irónicamente tienen como raíz común la filosofía de Jorge Hegel (1770-1831), máximo exponente del Idealismo alemán, quien concibió la historia como un desarrollo dialéctico del Espíritu absoluto (Geist) que va evolucionando a través del proceso de tesis, antítesis y síntesis y, para la cual los individuos no son más que manifestaciones concretas que adopta ese espíritu y, por eso, su entidad es débil y efímera. Para Hegel el individuo pasa, mientras que el espíritu “absoluto” permanece, es éste el que tiene valor y es relevante mientras que el individuo debe ponerse a su servicio.
De manera que la historia reciente nos propuso dos grandes movimientos opuestos: el individualismo liberal, y los totalitarismos colectivistas, hasta que surgió una alternativa con el pensamiento personalista, el cual ha construido toda una filosofía.
La primera propuesta sistemática de la filosofía Personalista se realizó en Francia a partir de la década de los años 30 del siglo recién pasado, gracias al trabajo de Jacques Maritain (1882-1973), Maurice Nèdoncelle (1905-1976), Gabriel Marcel (1889-1973) y, especialmente de Emmanuel Mounier (1905-1950). Todos ellos basaron su argumentación en Manuel Kant (1724-1804), para quien la persona es un “valor absoluto” que se distingue totalmente de las “cosas y objetos”. Y especialmente del danés Soren Kierkegaard (1813-1855), considerado como “el profeta del individuo concreto”. Para Kierkegaard cada hombre posee algo “único” e irrepetible que lo convierte en un valor singular y evita que quede disuelto en cualquier tipo de idea general como el estado, la raza o la nación.
El personalismo es una filosofía que reconoce la afectividad de la persona así como la necesidad de relaciones interpersonales, dándole primacía a los valores morales, lo cual le otorga una fortaleza de la que carecen otros sistemas. La propuesta que hace la filosofía Personalista debe incorporarse a la vida, tanto en las empresas como en la práctica profesional y en la familiar para alcanzar una vida más humana, algo que urge en Guatemala.