La transparencia significa ética, responsabilidad y honestidad, virtudes estas que se constituyen en el antídoto de la corrupción.
Por: Roberto Gutiérrez Martínez
Un antídoto es la sustancia que contrarresta a un agente tóxico. Ese agente tóxico en nuestra sociedad guatemalteca es la corrupción, depravación moral que hace que se abuse del poder para sobornar y hacer mal uso de los recursos del Estado, malversando bienes o desinformando en asuntos de interés público. A causa de ello los recursos no llegan a resolver problemas ingentes como la desnutrición, la debida atención en salud, la mejoría en calidad educativa y en infraestructura física; y otros etcéteras. Este mal ha permeado en la sociedad, lo que hace percibir que se vive en una cultura corrupta, muchas veces sin siquiera reconocerlo.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos conscientes del problema para disminuir esa corrupción que corroe al Estado y que inhibe posibilidades de un mejor nivel de vida a los ciudadanos más necesitados? Para ello el antídoto es la transparencia, cuya acción ataca frontalmente al corrupto, pues la transparencia obliga a actuar con responsabilidad, honestidad y ética: de manera diáfana, transparente. La transparencia es dual, pues implica responsabilidad de quien ofrece un servicio, o lo financia, (el Gobierno), y de quien lo recibe, (la sociedad). En ambos casos se debe actuar con conciencia de que ese recurso es realmente lo que la sociedad necesita y en la dosis adecuada; garantizando que se utilice adecuadamente, de manera responsable.
Un segundo elemento, adicional a la responsabilidad, que permite hacer transparente el uso de recursos es la ética, la que define una conciencia clara de cuándo, cuánto y qué se necesita para que las personas puedan, aunado a sus propios esfuerzos, satisfacer una necesidad. Ello es asumir la subsidiariedad, como elemento central en el que se deja a los estamentos inferiores actuar acorde a sus capacidades. Si las partes actúan bajo la égida de la ética y la subsidiariedad, seguramente los apoyos se enfocarán mejor y, sobre todo, respetando la dignidad humana. Y para una mayor transparencia el tercer elemento es la virtud humana de la honestidad, la que sumada a la ética y responsabilidad hace que se actúe de manera decente, razonable –acorde a lo que se siente–; con coherencia. La honestidad garantiza mejores relaciones entre los aportantes y los recipiendarios de un bien o servicio. En resumen, la transparencia significa ética, responsabilidad y honestidad, virtudes estas que se constituyen en el antídoto de la corrupción.
Dicho lo anterior, la pregunta obligada es: ¿cómo hacer práctica la noción de transparencia? La respuesta es sencilla: mediante una objetiva planificación de las propuestas de apoyo, que se fundamenta en las necesidades reales (no solo sentidas) de las comunidades a las que se pretende apoyar. Y de parte de los recipiendarios (o sus organizaciones), unas capacidades demostradas de ejecución y buen uso de los recursos.
Es recomendable, además, que en cualquier proyecto de apoyo se considere, no únicamente el cumplimiento de los objetivos y metas, sino, más importante, el impacto derivado del apoyo concesionado. Esto último no es fácil, pues medir impacto requiere expertise sofisticado.
La transparencia, como antídoto de la corrupción obliga a una auditoría profesional e independiente, no solo para evaluar el uso de los recursos financieros, sino –y especialmente– de los resultados obtenidos, poniendo especial énfasis en el impacto generado. El auditaje externo de los proyectos debiera ser algo obligatorio, sin importar la dimensión del proyecto. Para el caso guatemalteco, me parece que la entidad obligada, la Contraloría General de Cuentas, debiera despolitizarse para que su tarea sea profesional y, por supuesto, transparente.
Si a todo lo anterior agregamos la evaluación ex post de los desembolsos, sabremos cuáles fueron de mayor impacto, con lo que se pueden replicar y de esa manera ir sumando resultados positivos que reduzcan las grandes carencias sociales en el país.