Que esta experiencia sea una ocasión disruptiva para cambiar malos hábitos y para gestionar la vida de manera más humana, solidaria, respetuosa y, claro, sin perder el entusiasmo, la esperanza y el amor a la vida.
Por: Roberto Gutiérrez Martínez
Cuando la humanidad ha alcanzado logros impresionantes en diversos campos del conocimiento, la tecnología ha puesto a disposición de las grandes mayorías de todo el mundo aparatos que, como el teléfono inteligente nos facilitan la comunicación; cuando otros aparatos y dispositivos nos hacen la vida más confortable en la movilidad, en los artefactos para el hogar o la distracción; cuando pensábamos que -como lo creyeron los ciudadanos del siglo XIX-, el progreso era lineal y asegurado, hoy nos vemos imposibilitados de salir de casa, sin poder hacer uso de muchos de los avances logrados, incapaces ante un virus que penetra imperceptible en miles de personas de todo el mundo. Percibimos entonces, que perdemos esa seguridad que habíamos dado por supuesta. Somos nuevamente, como en épocas pasadas, vulnerables a los avatares de la naturaleza, sea por causas de sus leyes, o por la forma errada en que hemos utilizado los recursos que esta nos provee.
En la “era del progreso” (iniciada a finales de 1800), se pensó en el triunfo de la ciencia y la razón, se creyó alcanzar la “autonomía de conciencia”, en un desarrollo lineal y continuo. Y en las últimas décadas volvimos a caer en esa tentación, excediéndonos en el consumo, en el maltrato a la naturaleza y en el alejamiento de Dios. El muchas veces irracional consumismo ha provocado la tremenda contaminación de mantos acuíferos. El excesivo uso de combustibles fósiles ha provocado el calentamiento global. (Sobre este tema vale mencionar que, en el último mes, por razón del freno al consumo excesivo, el agujero de ozono se redujo a un tercio, la temperatura global bajó 1.2° C. y la contaminación de CO2 cayó a los niveles de hace 40 años). ¡Esto en tan solo un mes de frenar esta carrera caótica! Y, muy importante, el creernos capaces de dominar el universo, el creernos unos dioses, nos ha alejado del Creador, y nos ha demostrado, dolorosamente, el error que debemos enmendar.
Es por tanto y como consecuencia de la pandemia y la realidad de sufrimiento y riesgo que enfrentamos, lo que nos debe obligar a reflexionar sobre errores cometidos y, sobre todo, a lo que debemos y podemos hacer a partir de traspasar esta difícil época.
Hoy debemos reconocer que contamos con un Presidente de la República que, por ser médico sabe del alto riesgo de que la contaminación se potencie, y por ser de carácter fuerte ha tomado medidas importantes, para algunos excesivas, y para otros insuficientes. Pero en todo caso marca una enorme diferencia con la laxa actitud del Presidente de nuestro vecino México, a cuyos ciudadanos deseamos la mejor de las suertes, a pesar de la manera en que su liderazgo político lo está asumiendo.
A los guatemaltecos nos corresponde actuar con seriedad y aislarnos lo más posible para evitar contagios. Asunto difícil este por cuanto la mayoría de personas, especialmente los menos favorecidos económicamente, tienen que sobrevivir hacinados y con precarios ingresos diarios; dura realidad que nos duele.
De cara al futuro, y como consecuencia de esta experiencia, no me cabe duda que los ciudadanos del mundo seremos más solidarios, más generosos y, por tanto, más humanizados y conscientes de que los asuntos sociales no pueden desligarse de los económicos; y a sabiendas que lo económico tiene razón de ser en función de servir a la persona, a todas las personas.
Vemos también la importancia de contar en el liderazgo político del país y de los territorios y municipios con personas capaces, con visión y responsables de sus actuaciones.
Constatamos la enorme debilidad en los sistemas fundamentales del Estado: la necesidad de contar con miles de puestos y centros de salud (algo que los últimos gobiernos de manera irresponsable desatendieron); contar con un sistema educativo adecuado para formar personas con capacidades, talento y humanismo; contar con solidaridades que fomenten el capital social como fundamento para una sociedad viable; contar con recursos y concienciación para recuperar la naturaleza, en sus lagos, ríos y montes; contar con una ciudadanía que conozca y viva los deberes que como tal deben vivirse para luego disfrutar del derecho de una vida en común. Todo ello se hace posible si desde la familia se fomentan los valores esenciales; y esta pandemia que nos obliga a estar en casa, es ocasión para ello.
¡Lo impensable sucedió! Que esta experiencia sea una ocasión disruptiva para cambiar malos hábitos y para gestionar la vida de manera más humana, solidaria, respetuosa y, claro, sin perder el entusiasmo, la esperanza y el amor a la vida.