“El que no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años se queda como un ignorante en la oscuridad y solo vive al día”. Goethe.
Como sabemos, la historia ayuda a conservar las experiencias vivídas en una sociedad mediante el registro de sus más importantes eventos. Para ello de manera cronológica el historiador ordena los sucesos pasados y los deja escritos para su conocimiento futuro. Es por la historia que sabemos de los personajes y hechos que han ido conformando la nacionalidad.
Los científicos valoran la historia como un medio que ha servido a la humanidad para su perfeccionamiento, pues de ella se aprenden los errores cometidos para no repetirlos, como también se aprende de las acciones que han servido para el crecimiento social. Esa valoración se refuerza por cuanto es mediante la historia que se construye la cultura, la que nos permite seguir viviendo en comunidad.
La historia como hoy la conocemos inicia a partir de que el hombre deja constancia escrita de los sucesos. Antes de ello, de las sociedades ágrafas nos quedan constancias pictóricas o gráficas que los expertos en prehistoria se encargan de interpretar.
Hoy se habla de la “memoria histórica”, especialmente para reconstruir hechos recientes con el riesgo de que esa memoria resulta ser excesivamente selectiva, situando a los proponentes de la misma desde su posición ideológica, normalmente para ubicarse entre los buenos, aun cuando la realidad del mal y el bien suele estar repartida. Resulta pues, en una propuesta maniqueísta y, por tanto, lejana a lo que es la verdadera historia, misma que se fundamenta en hechos comprobables. Por tanto basarse en una discutible memoria histórica no deja de ser un atrevimiento con resultados poco plausibles que profundizan división en la sociedad. Otra cosa es la “ficción histórica”, la que bajo la forma de novela hace referencia a hechos históricos tramando asuntos inventados con personajes ficticios.
La historia debe servir para que las generaciones futuras sean mejores, debe iluminar más que servir de interés de unos sobre otros.
La historia, por tanto, es el instrumento idóneo con el que a partir de su conocimiento nos perfeccionamos como sociedad, fundamentalmente mediante el esfuerzo humano para la formación de la auténtica ciudadanía, base ésta de la democracia.
Guatemala tiene una historia de más de tres mil años, historia que vincula épocas que unidas dan un continuum que debemos conocer para enorgullecernos de ello, y a partir de esa realidad fortalecer la ciudadanía. ¡Goethe tiene razón!