“Con serenidad, las élites nacionales pueden proponer cambios”.
Agosto 2008
Pocas veces como ahora he percibido en diversos grupos sociales tanto desánimo y preocupación por la situación que se vive. Los comentarios generalizados son en relación a los desmanes y corrupción de políticos en los tres poderes del Estado; preocupa además la inseguridad ciudadana y el incremento desmesurado del coste de vida. A lo anterior se suma la frustración por la postergación en el cumplimiento de las promesas electorales ofrecidas durante las campañas políticas, especialmente por las ofertas de seguridad y empleo.
Comparto las preocupaciones, especialmente por los niveles de corrupción que ha alcanzado nuestra sociedad; siendo este un tema que abarca e incluye a todos los sectores sociales, como una mancha de aceite sobre agua que crece indefectiblemente hasta cubrirlo prácticamente todo. La triste realidad es que en la corrupción están implicados varios sectores de la sociedad. Ello es preocupante, pues ésta ha sido históricamente la principal causa de reacciones sociales hostiles y hasta violentas, conducentes a soluciones imprevisibles, representando por tanto un alto riesgo para nuestro incipiente sistema democrático.
La corrupción ha sido la causa de la caída de Batista en Cuba y el alzamiento de Fidel Castro como dictador; y la causa del agotamiento del sistema político venezolano que ha desembocado en un Gobierno populista-totalitarista y militarista. En Guatemala la caída de Idígoras Fuentes tuvo sus raíces en la corrupción, cuyo extremo fue la cesión que ese gobierno hizo de territorio nacional para preparar la frustrada invasión de Bahía de Cochinos. Ello dio cauce al inicio de la guerrilla que generó el enfrentamiento armado que causó miles de muertos y destrucción. De manera que es en la corrupción en donde se origina buena parte de los malestares ciudadanos que pueden desembocar en movimientos sociales violentos, con todos los riesgos que ello implica.
¡Pero ello no justifica que se deba buscar una refundación del Estado! Tampoco se puede justificar un cambio violento. De lo que se trata es de corregir el rumbo dentro del marco constitucional y civilizado. Para ello, lo fundamental es la depuración de los elementos nocivos que se incrustan en el Estado, y, sobre todo, el cambio de los sistemas que reproducen la errónea selección de los líderes políticos y burocráticos, así como de la forma en que estos funcionan. Pero el problema de fondo es la desmoralización que sufre la sociedad guatemalteca, una falta de moral, un dejar de lado el obrar bien. Se ha impuesto un materialismo exacerbado, que hace que la gente se preocupe más por el tener que por el ser, no importando los medios para poseer bienes, poder o fortuna.
Urge, por tanto, que con serenidad y madurez las élites nacionales planteen y promuevan, de manera pacífica e inteligente, los cambios necesarios para que el sistema nacional actúe de mejor forma, que se busquen los medios para que la sociedad se moralice.
La tarea corresponde pues, a la familia, a la escuela y a las iglesias. Estas son instituciones centrales de un Estado, y a ellas compete la responsabilidad primaria en la formación y moralización de los ciudadanos.
Obviamente la solución a nuestra grave situación tomará tiempo, moralizar a la sociedad requiere de un esfuerzo profundo y amplio; pero hay que iniciar con decisión el proceso.
Mientras tanto debemos superar lo que hoy se considera como el problema número uno, la corrupción, misma que se genera por el robo y mal uso de los recursos públicos, por lo que deben revisarse los procesos en las instituciones públicas, especialmente el Congreso de la República, por ser el ente representativo del pueblo; el Ejecutivo, por ser el que mueve la burocracia estatal; el poder Judicial, como encargado de hacer justicia.
El problema que estamos viviendo en Guatemala es tan profundo que no es suficiente con remover personajes, sino que debe además cambiarse los sistemas, y, sobre todo, promover la conciencia ética desde los liderazgos, desde la familia, la escuela y demás sectores.
No se trata, por tanto, de refundar el Estado, sino de corregir profundamente las principales instituciones del Estado y sus funciones. Se trata de avanzar con decisión y sabiduría en la moralización de toda la sociedad.