Para tener un mejor criterio sobre la temática fiscal, me parece necesario conocer lo que al respecto ha sucedido en nuestra historia, por lo que en esta primera entrega hago un breve recuento que nos sitúa en la complejidad del recorrido que la materia ha seguido. Como sabemos, en la época previa a la llegada de los españoles a éstos territorios, existió una especie de “superestructura cultural” dominante, con un cuerpo de dirigentes militar-religiosos que usufructuaban del producto de los agricultores y trabajadores, dejándoles únicamente para su subsistencia. Esta superestructura otorgaba a los “dominados” satisfactores espirituales y de defensa, y era la razón por la cual se aceptaba el sistema. El pueblo sostenía todo el aparato político-religioso; era realmente un sistema de semi-esclavitud generalizado, un sistema de servidumbre, totalmente tributario y que funcionó durante varios siglos, hasta la decadencia de la cultura maya. Esta tradición tributaria se conservó parcialmente aún después del siglo IX de nuestra era, mediante el sistema de “servicios personales” denominado como las “naborías”.
Más tarde, y ya en los inicios de la colonización de Guatemala, los españoles utilizaron la estrategia de continuar el sistema tributario anterior, con la diferencia de que ahora los nuevos amos eran la Corona de España y sus representantes en la Capitanía General. Para ello, ya tan temprano como el año 1549 se dio el primer registro de tasación de tributos, ordenado por el Presidente de la Audiencia, mediante el cual investigaron cuanto pagaban antes los indígenas a sus señores, para continuar cobrándoles la misma carga. En esas épocas el pago se hacía en especie, y no es sino hasta el siglo XVIII cuando se empieza a cobrar en numerario, recolectándose los tributos dos veces al año.
Durante la Colonia los pagos obligados al erario público fueron la alcabala, los monopolios o estancos, y el “tributo indígena”, el que en los primeros años cubría casi el 80% de la carga total, bajando hasta un 30% en los últimos años de la Colonia, aumentándose el de alcabala (cobro sobre ventas y permutas). En el siglo XIX, ya en la época republicana, los ingresos fiscales provenían, fundamentalmente, de las importaciones, de la alcabala, que se fijó en un 10%, así como de la constante emisión de bonos, especialmente para proveer recursos para las guerras, que en ése siglo fueron frecuentes, absorbiendo en ocasiones hasta el 60% de los ingresos fiscales. Para finales del siglo la composición de los impuestos era de un 60% por Derechos aduanales, un 25% de licores y licencias, y el resto de “otros impuestos”.
En las primeras décadas del Siglo XX durante el gobierno de Estrada Cabrera, la situación fiscal (denominada hacendaria) fue crítica pues el gobierno anterior de Reina Barrios dejó un gran endeudamiento, y los precios del café, principal producto de la época, cayeron a niveles muy bajos. Más tarde, ya en los gobiernos de Herrera, Orellana y Chacón, el café se recuperó y, aun con serios altibajos, las finanzas mejoraron, hasta llegar al gobierno de Ubico, quien “corrigió” los altibajos castigando los egresos.
En épocas más recientes, especialmente la década de los 70 la recaudación fiscal fue superior al 10% sobre el PIB, para luego caer en la década de los 80 a niveles del 5%. Fueron los impuestos más importantes de la época: el de la renta, el de las importaciones y exportaciones, del timbre y papel sellado.
El déficit fiscal se mantuvo abajo del 1%, excepto en los años 87 y 88 que supero el 2%, agregándose en esos años un nuevo elemento, el déficit Cuasi-fiscal, derivado de las pérdidas cambiarias.