La sociedad guatemalteca ha sufrido embates internos y externos que la disocian, debilitándose con ello los vínculos de confianza que procuran la relación entre personas, elemento central éste para el logro de la verdadera cohesión social.
Entre las causas externas de desintegración de la sociedad guatemalteca una muy importante ha sido el debilitamiento del Estado, su desdibujamiento, a lo que se llegó como resultado de las reformas estructurales promovidas por el “Consenso de Washington”, reformas en su momento justificadas por los organismos financieros internacionales debidas al excesivo endeudamiento externo de los países, y al ineficiente y corrupto uso que de los recursos se hizo en muchos casos. De continuar con estos endeudamientos, se dijo, la economía de algunos países latinoamericanos se hacía inviable. Esas reformas forzaron, entre otras cosas, a la disminución de la presencia del Estado en varios campos de su actividad tradicional, con el propósito manifiesto de re-viabilizarlos financieramente. Ello ha causado disociación en nuestra sociedad, debido a la forma en que el Estado guatemalteco abordó su “adelgazamiento”, el cual no procuró enfocar sus recursos en forma eficiente, sino que continuó comprometiendo su presupuesto en acciones variadas e ineficientes, en gastos totalmente superfluos que no han demostrado un impacto positivo en la sociedad. Lo sugerido por aquel “Consenso” (en el que no participaron los países destinatarios del mismo), era que los gobiernos se fortalecieran en las acciones centrales que se espera de un Gobierno que realmente promueve la cohesión de la sociedad, esto es, en la educación, en la promoción de oportunidades de trabajo, y en todo aquello que fortalezca la familia; lo cual evidentemente no ha sucedido.
También ha habido causas internas de desintegración social siendo, sin duda, la que mayor disociación ha causado el enfrentamiento armado de 36 años, que nos legó una enconada desconfianza entre los ciudadanos. Aun hoy vemos resurgir el ánimo de disociación en algunos líderes que intentan ganar adeptos mediante el antagonismo, promoviéndose ellos como defensores de unos grupos sociales ante otros.
No cabe duda que una causal interna de disociación ha sido la carencia de líderes que promuevan la confianza en la sociedad para que ésta avance. Muchos de los seudo-líderes actuales, de dudosa representatividad, están encaminando equivocadamente a la sociedad. Mientras no contemos con liderazgos idóneos difícilmente alcanzaremos la unidad de la nación, unidad estratégica y de primer orden cuando se pretende promover mejores niveles de vida para todos los ciudadanos. Para ello se debe contar con líderes que, además de representativos, tengan las capacidades y honestidad para guiar a la sociedad hacia una visión común y un esfuerzo compartido.
La difícil y confusa situación nacional nos urge a identificar y promover lideres con auténticas representatividades para lograr los elementos básicos de integración social, lo que se logrará a partir de construir juntos una visión común que permita la recuperación de la confianza, la asociatividad, la asumción de responsabilidades ciudadanas, el compromiso por un esfuerzo conjunto, la completa ciudadanía.
Ante la necesidad de formular y asumir de manera consensuada una agenda nacional que incluya alternativas para resolver nuestros grandes problemas y carencias sociales, entre ellas la pobreza, la desigualdad, el crimen, la corrupción, la impunidad, la falta de oportunidades económicas y la paz, lo primero es ponernos de acuerdo en la escogencia de los líderes que conducirán el esfuerzo para un fortalecimiento de nuestra sociedad; adicionalmente a implementar estrategias que generen vínculos de confianza y trabajo conjunto entre los ciudadanos, lideres capaces de fomentar y estrechar los vínculos de cohesión básicos en una sociedad no disociada.