La solidaridad es un término que utilizan reiteradamente los políticos, tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Ahora mismo el gobierno nacional lo está publicitando en sus anuncios, como un slogan de trabajo. Y como intención está bien, pues el gobierno tiene la responsabilidad de fomentar culturas proclives a la búsqueda del bien común. El problema surge cuando el tema se queda únicamente en un enunciado, en una intención política, y no se aborda y asume en toda su magnitud.
Solidaridad significa hacerse uno con el otro, y para un gobierno su puesta en práctica se complejiza, pues lo político casi siempre resulta en una entelequia, un asumir que sus programas poseen la perfección, lo que difícilmente sucede; y a la postre la ciudadanía, y los mismos dirigentes políticos del gobierno, terminan en una nueva decepción por la inoperancia de los enunciados tan magnificentes. Y de solidarizarse, colocándose al nivel del ciudadano, nada.
Algo que sí pueden hacer los gobiernos es conjugar la solidaridad con la subsidiariedad, que significa el dejar hacer a los estamentos inferiores aquello que son capaces de hacer por sí mismos, y únicamente intervenir en los casos en que no existan esos estamentos inferiores, o que aun existiendo estos no tienen la disposición de asumir responsabilidades. Cuando se comprende que es la sociedad, mediante todos los tipos de organizaciones, o los individuos por si solos quienes resuelven los problemas de la sociedad, entonces el gobierno está siendo subsidiario, y con ello, está fomentando que se aplique y fortalezca la solidaridad, pues es allí, en la práctica concreta en la que se da la misma.
Como sabemos, en nuestro país hay básicamente tres categorías de entidades que promueven el bien común de manera no lucrativa, y con un planteamiento practico de lo que verdaderamente es la solidaridad. Están las que se dedican al asistencialismo atendiendo ancianos, niños huérfanos, enfermos, haciendo todas ellas una labor muy meritoria e indispensable. Recientemente varias empresas se unieron, como lo han hecho en años anteriores, y recaudaron mediante una rifa veinte millones de quetzales para el tratamiento de niños con cáncer. Esta es una fehaciente prueba de asistencialismo bien llevado.
Una segunda categoría son las entidades denominadas de desarrollo, que apoyan a las personas para que con su esfuerzo puedan salir de las condiciones de precariedad en que viven. Aquí se sitúa la mayoría de las organizaciones no gubernamentales (ONG`s), que se contabilizan en cerca mil, de las que aun cuando no todas cumplen lo que ofrecen, el servicio que prestan se puede ver en cualquier parte del país, y en casi cualquier tarea.
Y luego está la siguiente categoría, la de las entidades de investigación e incidencia política, que coadyuvan para que la sociedad en su conjunto defina mejor sus derroteros. Estas tienen una función central, y a pesar de que son aún insuficientes, ha sido notoria su contribución en orientar acciones, así como en vigilarlas.
Las tres categorías mencionadas son indispensables, y en cualquiera de ellas las personas aportan tiempo y capacidades, haciendo eco a un llamado que nos legó Su Santidad Juan XXIII: “todos los individuos tienen el deber de prestar su colaboración personal al bien común”.
Hay mucho por hacer en Guatemala; como sabemos la mayoría de personas, (uno de cada dos), viven en condiciones de vida muy precarias, sin oportunidades, sin educación, sin salud, y, muchas veces, casi sin esperanza. Y los privilegiados por educación, por condiciones económicas o por capacidades especiales, estamos obligados a dar de si en beneficio de los demás. Y la buena noticia es que ese servicio, que con relativa facilidad se puede prestar, es fuente de auténtica felicidad para los que se deciden a darlo.
La solidaridad surge como una intención, pero para su concreción se requiere del esfuerzo, las capacidades, el tiempo y, sobre todo, la persistencia en el tema escogido, pues lo peor que puede suceder es generar expectativas en personas necesitadas de apoyo, y luego no cumplirlas. Y ese es el gran riesgo que se corre con la política.