La cultura postmoderna que se instala en nuestro medio lleva especialmente a los jóvenes a un materialismo hedonista, en el que la ley máxima es el placer por encima de todo; que se caracteriza por un consumismo que condiciona a la sustitución continua de unos objetos, muchas veces suntuarios, por otros supuestamente mejores. Agravando esta realidad el alto grado de permisividad, que no pone límites, ni impone más prohibiciones que unas leyes cívicas ya de por sí tolerantes.
Ello obedece en buena parte a que en la actualidad se vive un relativismo a partir del cual todo es válido, en el que no se aceptan verdades absolutas ni referentes morales, y en el que el ser tolerante es aceptar cualquier cosa, aunque riña con las bases fundamentales del pensamiento humanista.
Este hombre postmoderno, al carecer por lo general de referentes, vive con un gran vacío moral, y busca evadirse sumergiéndose en un torbellino de sensaciones cada vez más sofisticadas, asumiendo que la vida debe ser un goce ilimitado. Estas situaciones son las que llevan a la multiplicidad de crisis personales y conyugales, y al drama de las drogas.
Para preservar a nuestra sociedad de estos males de la postmodernidad conviene recuperar las bases con las cuales se construyó el Estado guatemalteco a partir del siglo XIX, esto es: la familia, el trabajo, una esmerada educación y una cultura amplia, instituciones que sobrevivieron y se afianzaron en el país a pesar de las luchas ideológicas entre liberales y conservadores que se vivieron durante buena parte de ese siglo.
La base fundamental mencionada, la familia, es sin lugar a dudas el tesoro más preciado para una persona y para una sociedad, pues es allí en donde en intimidad se construyen las personalidades, se inspiran los sueños, y se transmiten las tradiciones. El fomentar y fortalecer la familia en su forma tradicional es fundamental para evitar o disminuir los males de la postmodernidad. Como lo es también el promover las oportunidades de trabajo decente, de manera que las personas puedan agenciarse de una vida digna, además de socializar y servir a través de ese instrumento insustituible como lo es el trabajo. Y la educación es el medio idóneo con que cuenta el Estado, y en especial las familias, para inculcar en los jóvenes los referentes morales e ideológicos que les ayuden a preservarse de los males de los tiempos.
Toda persona busca la felicidad, y la logrará de forma más consistente en la medida en que desde jóvenes encuentren un proyecto de vida, el que sin duda les proveerá de satisfacción y de seguridad en sí mismos para el resto de sus vidas. Y ello no es asunto exclusivo de deseo, pues este queda en el plano del sentimiento, sino de verdaderamente quererlo, lo que implica un acto de voluntad.
Para disminuir el riesgo de caer en la cultura postmoderna hedonista, materialista y relativista, conviene fortalecer los vínculos con lo bueno, lo noble, lo excelso; y ello se logra en la medida en que se plantee propósitos sanos y altos.
Al iniciar un nuevo año es un momento oportuno para que con ilusión y entusiasmo nos pongamos metas en las dimensiones básicas de la vida: lo espiritual, lo corporal, lo intelectual, lo profesional, lo económico y también el uso del tiempo libre.