De la empresa, las tasas de interés y el déficit fiscal

“Dos temas de sobrevivencia de la empresa: la rentabilidad y el crecimiento”

Febrero 2000

En su lucha diaria, la empresa tiene que esforzarse en dos temas que son la garantía de su supervivencia: la rentabilidad y el crecimiento.

La rentabilidad, como sabemos, deviene de un manejo adecuado de los costos, y, entre ellos, el de mayor impacto es el financiero, es decir, el costo del dinero, reflejado en el nivel de las tasas de interés. El otro elemento, el del crecimiento, también se sustenta en las posibilidades de producir excedentes (entre costos e ingresos), y es condicionado, además de las tasas de interés, por otros factores, como el tipo de actividad, la habilidad de mercadeo, la visión empresarial, etcétera.

Lo importante de destacar es que, de las posibilidades de sobrevivencia de la empresa y de su crecimiento,, depende la posibilidad de que se produzcan más empleos. De manera que se puede colegir, fácilmente, que del nivel de las tasas de interés dependerá que se puedan generar más empleos en nuestro país. Y es que los nuevos empleos provendrán, también, de las empresas que se inicien. Y se iniciarán nuevas empresas únicamente si las tasas de interés permiten rentabilidad.

Dicho lo anterior, queda por ver entonces, ¿cómo hacer para que las tasas de interés bajen para generar inversión productiva que, a su vez, cree empleos? Y es que no puede lograrse esta aspiración por una decisión política únicamente, sino que debe lograrse de manera congruente y consistente.

Para ello, debe tomarse en cuenta que las tasas de interés forman parte de una imbricación de factores macroeconómicos, como la inflación, el volumen de la masa monetaria en el sistema, la tasa de cambio con el dólar, las reservas monetarias, la deuda pública, y por supuesta, el presupuesto del Gobierno, y la forma en que éste se integra. Uno de los elementos que más presiona para que las tasas de interés suban, es el denominado déficit fiscal, el cual se interpreta como el diferencial entre lo que el Gobierno percibe (impuestos, pagos, etcétera), y lo que gasta.

De manera que cuando gasta más de lo que recibe, se genera el déficit, y para poder satisfacerlo el Gobierno se endeuda, recurriendo entonces, como su opción más factible, a captar recursos internos, lo que compite con las empresas y presiona las tasas de intereses hacia arriba.

La solución, entonces, sería que el Gobierno no entre al mercado a competir por el dinero. Pero, por otro lado, éste necesita de recursos para su funcionamiento y, especialmente, para el gasto social. ¿De dónde podría provenir ese dinero? La respuesta correcta es: de los impuestos.

Podría pensarse que otra solución es que el Gobierno gaste menos. Y esta es la solución que se ha aplicado en el pasado, pero recortando gastos en el tema más sensible, es decir, el del gasto social, lo cual es, además de anti-técnico, injusto y miope, puesto que la inversión social es la única que puede garantizar a mediano plazo, un desarrollo socioeconómico consiste. Evidentemente hay otro tema: el del correcto uso de los recursos del Estado. Definitivamente hay que vigilar a todas las instituciones públicas para que el dinero sea bien utilizado. Pero de todas maneras, hay necesidad de proveerle de recursos para que cumpla la función que tiene.

Siguiendo con la lógico planteada, sucede entonces que para resolver el problema de la generación de empleo y del crecimiento de la producción, es necesario que las tasas bajen, y, para ello, la mejor forma es solucionando el problema del déficit fiscal, y éste se soluciona únicamente pagando impuestos.

Pero para el tema de los impuestos hay necesidad de recurrir a la conciencia de los ciudadanos, tanto los que ocupan posiciones públicas como los que actúan en lo privado. Esa conciencia debe crearse básicamente sobre tres elementos: solidaridad, capacidad y confianza. Me refiero brevemente a cada uno de ellos a continuación. La solidaridad es lo fundamental, pues parte de una toma de conciencia de que estamos unidos y obligados los unos con los otros. Es un principio ontológico y ético que ayuda a ordenar la vida en comunidad. Es, en breve, sentirnos miembros de una sociedad, hermanados en un espacio físico y legal (el Estado), lo cual nos permite convivir de la mejor manera posible.

La capacidad tiene que ver con las posibilidades reales de contribuir, cada uno con lo suyo, a la búsqueda de ese bien común. Aquí es importante que el Gobierno tome en cuenta que la capacidad de tributo tiene que ver con la sobrevivencia y crecimiento de la actividad productiva, pues, de otra cuenta, se estaría agotando, y dejarían de producir y contribuir al sostenimiento del Estado. También es importante pensar que existe capacidad de tributo, y muchas veces amplia, en muchos profesionales que ejercen su tarea liberalmente, pero que evitan tributar a toda costa. (Bajo el argumento de que se les terminó el talonario de facturas. O que si el cliente quiere factura, entonces debe pagar una cierta cantidad adicional).

Por último, pero no menos importante, está el tema de la confianza, es decir, la fe que se tiene en las autoridades responsables de la distribución e inversión de lo captado en impuestos. Esto es fundamental, puesto que desmotiva el pago de impuestos, cuando se sabe a ciencia cierta que las autoridades usan los recursos de manera indiscriminada, para beneficio personal o sin sentido de prioridades. Recordemos que la confianza es lo que liga a una sociedad, y se fundamenta en los valores de la misma; de manera que cuando la autoridad, representada en el Gobierno, no tiene valores o actúa con antivalores, se pierde la confianza, y, por tanto, la sociedad entera se desarticula, y deja de ser solidaria.

Por lo tanto, la realidad nacional obliga a que, para solventar el grave problema económica que vivimos; para lograr que la economía se reactive; para lograr que haya empleos nuevos, se necesita el pago de impuestos por parte de todos los miembros de la sociedad. Y ello se logrará en la medida que exista confianza y solidaridad, y que se tome en cuenta las capacidades reales de los miembros de la sociedad. De todos los miembros.

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